Una noche, al salir de la academia, Filiberto me propuso:
— Che, ¿vos lo conocés a Stagnaro? Vamos a visitarlo. Anda un poco enfermo. [...] Es un gran tipo. Un Leonardo en pequeño. Pintor, poeta, escritor, escultor, periodista, músico. Yo estoy en la música por Stagnaro. El me metió la afición a la guitarra y me aconsejó que estudiara música. Es un hombre inteligente, de ideas avanzadas. Orador, agitador, obrerista.Un artista y un hombre.
Santiago Stagnaro vivía entonces en una pequeña casucha con la madre y las tres hermanas, que cosían para vivir. La madre era lavandera. El pequeño Leonardo ocupaba una pieza que le servía de estudio, de dormitorio, de escritorio y biblioteca. Pocos muebles, menos de los indispensables. Sentado en la cama, estaba un hombe flaco, de color enfermizo. Tenía una sugestiva mirada de iluminado y su voz era a la vez enérgica y afable. Filiberto intentó presentarme.
— Ya lo conozco —exclamó Stagnaro—. Usted iba antes a la biblioteca de nuestra Sociedad. ¿Por qué no va ahora?
Juan de Dios Filiberto
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El primer nombramiento que firmó nuestro presidente dictador, Víctor José Molina, fué a mi favor. Yo lo había hecho elegir a él para ese importante cargo, y era justo que él empezara por acomodarme a mí. Me nombró nada menos que Almirante de Tierra y Mar. Con ello dió prueba de ser un dictador sensible a la gratitud, cosa rara entre los dictadores, que generalmente, suelen dedicarse a hundir a quienes los encumbran.
[...] Nuestra carencia de espacio vital era tan absoluta, que ni siquiera poseíamos una pieza donde reunirnos a deliberar. Las reuniones deliberativas solíamos celebrarlas en elcorralón donde fabricaba y guardaba sus carros nuestro presidente; y cuando no podíamos reunirnos en el corralón de Molina, las deliberaciones se efectuaban en mi casa.
Mi adhesión al puerto de la Boca no me impedía frecuentar las tertulias del los cafés de Avenida de Mayo, sobre todo aquella de “La Cosechera”, que el maestro Viñes bautizó con el madrilenísimo nombre de “La Peña”, que se trasladó durante una noche de verano a la vereda de enfrente. De “La Cosechera” pasamos al café Tortoni.
El viejo Tortoni tenía su clientela segura y abundante, pero nuestra “Peña” bohemia siempre encontraba la manera de instalarse en las mejores mesas de la vereda o el salón.
Además de brindarnos el espacio vital que necesitáramos –vital y subterráneo–, “monsieur” Piérre Curuchet nos obsequió con unos preceptos que habrían de quedar como lema de nuestra flamante agrupación. Decían así:
Aquí se puede conversar, decir, beber con mesura, y dar de su “savoir faire” la medida. Pero sólo el arte y el espíritu tienen el derecho de sin medida manifestarse aquí.