Una noche, al salir de la academia, Filiberto me propuso:
— Che, ¿vos lo conocés a Stagnaro? Vamos a visitarlo. Anda un poco enfermo. [...] Es un gran tipo. Un Leonardo en pequeño. Pintor, poeta, escritor, escultor, periodista, músico. Yo estoy en la música por Stagnaro. El me metió la afición a la guitarra y me aconsejó que estudiara música. Es un hombre inteligente, de ideas avanzadas. Orador, agitador, obrerista.Un artista y un hombre.
Santiago Stagnaro vivía entonces en una pequeña casucha con la madre y las tres hermanas, que cosían para vivir. La madre era lavandera. El pequeño Leonardo ocupaba una pieza que le servía de estudio, de dormitorio, de escritorio y biblioteca. Pocos muebles, menos de los indispensables. Sentado en la cama, estaba un hombe flaco, de color enfermizo. Tenía una sugestiva mirada de iluminado y su voz era a la vez enérgica y afable. Filiberto intentó presentarme.
— Ya lo conozco —exclamó Stagnaro—. Usted iba antes a la biblioteca de nuestra Sociedad. ¿Por qué no va ahora?
La Peña: Amantes de las artes y las letras (1926-1943)
Share This
Entradas relacionadas
El primer nombramiento que firmó nuestro presidente dictador, Víctor José Molina, fué a mi favor. Yo lo había hecho elegir a él para ese importante cargo, y era justo que él empezara por acomodarme a mí. Me nombró nada menos que Almirante de Tierra y Mar. Con ello dió prueba de ser un dictador sensible a la gratitud, cosa rara entre los dictadores, que generalmente, suelen dedicarse a hundir a quienes los encumbran.
[...] Nuestra carencia de espacio vital era tan absoluta, que ni siquiera poseíamos una pieza donde reunirnos a deliberar. Las reuniones deliberativas solíamos celebrarlas en elcorralón donde fabricaba y guardaba sus carros nuestro presidente; y cuando no podíamos reunirnos en el corralón de Molina, las deliberaciones se efectuaban en mi casa.
Pocos años después, Quinquela estaba en el centro de una de las más importantes tertulias de Buenos Aires, “La Peña” del café Tortoni. Luego, al disolverse, sus actividades se trasladaron al taller del artista, quien institucionalizaría la bohemia, dando origen, en 1948, a la “Orden del Tornillo”. En términos muy similares a los de la nota anterior, de 1918, Quinquela y los cófrades del tornillo exaltaban las virtudes de la “locura”, frente al mundo de los “cuerdos”: Para la gente esclava de las preocupaciones e intereses materiales, los hombres de espíritu viven en estado de locura. Y creen burlarse de nosotros al llamarnos locos. Los artistas hemos aceptado con buen humor esa calificación de locos [...] Caímos en la cuenta que también podíamos burlarnos nosotros de la vanidad en boga entre los cuerdos.