Dos cosas tuve que hacer a partir de aquellas dos exposiciones mías: cambiar de casa y cambiar de nombre. Las dos cosas las hice a medias y por imperio de la comodidad. Mi pequeño estudio del altillo de la carbonería ya no me servía para trabajar, y me instalé con un estudio mayor en la calle Almirante Brown. Pero seguía yendo a dormir a mi pieza de la calle Magallanes. El Chinchella lo traduje fonéticamente y quedó en Quinquela. Y obtuve mi nombre completo Benito Quinquela Martín. Con esa ortografía hice mi exposición siguiente a la del Jockey Club, y que presenté en Mar del Plata, en el Salón Witcomb.
Sociedad Ligure de Socorros Mutuos de la Boca (1910)

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La elegancia de don Pío Collivadino corrió peligro de mancillarse cuando los dos atravesamos la carbonería para subir al altillo donde yo tenía mi pequeño estudio. [...] — Usted puede ser el pintor de la Boca y su puerto. Interesado por un cuadro que reproducía una escena del puerto dijo: —Aquí hay ambiente, carácter, fuerza. Y además una personalidad original; un modo distinto de ver y de pintar. Tanto me elogió el cuadro, que me pareció oportuno regalárselo. Y al día siguiente se lo mandé a la Academia de Bellas Artes. Pasaron varios días y no volví a ver a don Pío Collivadino ni a Facio Hebécquer. Pero al cabo de una semana o dos recibí la visita de otro señor, mucho más joven y también mucho más elegante, era Eduardo Taladrid, secretario de la Academia. Simpatizamos desde el primer momento y sellamos una amistad.

El primer artículo que apareció en letras de molde sobre mi persona y mi pintura se publicó en la revista Fray Mocho un 11 de abril. [...] Una mañana opaca, en que la lluvia estaba al caer, peregrinando por la Boca, nos detuvimos a contemplar un pintor que, sentado en la proa de un velero, indiferente al mareante ir y venir de un barco en descarga, pintaba. Es decir, aquello no era pintar, era un afiebrado arrojar colores y más colores sobre un cartón. En manos de nuestro hombre, el pincel iba, venía, describía giros, volvía, resolvía con amplitud majestuosa, y segura; a su paso dejaba gruesas huellas que aparecían desordenadas e incongruentes en un principio, pero que bien pronto adquirían forma y cierta concordancia, grotesca casi, para formar en - seguida un cuadro de una belleza sorprendente, insospechable en un rincón gris y sucio del Riachuelo.