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¿Integración o vulnerabilidad?: el caso de las familias que viven en hoteles-pensión

Cuaderno Urbano N° 6, pp. 55-70, Resistencia, Argentina, diciembre de 2007

¿Integración o vulnerabilidad?: el caso de las familias que viven en hoteles-pensión de la Ciudad de Buenos Aires
por JULIANA MARCUS

Lic. en Sociología, Universidad de Buenos Aires. Doctoranda en Ciencias Sociales, UBA. Becaria de Posgrado Conicet. Docente de la Carrera de Sociología, FCS-UBA. Integrante del Proyecto UBACyT S010, Dir. Mario Margulis. Pertenencia Institucional:
Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.

Resumen
En este artículo nos ocupamos del caso de los hoteles-pensión en la ciudad de Buenos Aires como una de las formas del hábitat popular y como expresión de una pobreza urbana, invisible y negada. Nos proponemos analizar tomando en cuenta la percepción y perspectiva de los inquilinos, migrantes de sectores populares, cómo resulta condicionada, afectada y amenazada su cotidianidad por el hecho de vivir en condiciones de insalubridad, precariedad e inestabilidad habitacional sumadas al ambiente hostil e inhóspito que suponen estos establecimientos. Indagaremos cómo el hacinamiento, los lugares compartidos y de uso común (baño, cocina, lavadero y en algunos casos, patios y terraza) y la relación conflictiva entre inquilinos y encargados, conspiran contra la intimidad, la privacidad y el esparcimiento individual de cada miembro familiar.

Introducción
El número de familias que se encuentran en emergencia habitacional ha aumentado desmesuradamente en los últimos años. Los desalojos, las migraciones permanentes del interior del país y de países limítrofes de familias en busca de una mejor calidad de vida, impactan en la ciudad. Más de 400.000 personas residentes en esta ciudad tienen serios problemas habitacionales: 150.000 viven en villas miseria, 200.000 en ocupaciones ilegales de inmuebles, 150.000 residen en conventillos, inquilinatos, hoteles y pensiones y más de 3000 duermen en las calles porteñas.1 En esta oportunidad nos ocupamos del caso de los hoteles-pensión en la ciudad de Buenos Aires como una de las formas del hábitat popular2 y como expresión de una pobreza urbana, invisible y negada. En la primera parte de esta presentación, indagamos sobre la precariedad e inestabilidad habitacional que suponen los hoteles. En el segundo apartado nos proponemos presentar, desde la percepción y las voces de los actores, cómo resulta condicionada, afectada y amenazada su cotidianidad por el hecho de vivir en estos establecimientos, sumado al hacinamiento, los lugares compartidos y de uso común (baño, cocina, lavadero y en algunos casos, patios y terraza) y la relación conflictiva entre inquilinos y encargados. Veremos cómo estas condiciones habitacionales conspiran contra la intimidad, la privacidad, el esparcimiento individual de cada miembro familiar y el derecho a una vivienda digna en la ciudad. En la tercera parte nos centramos en conceptos como vulnerabilidad e integración con el objeto de responder algunos interrogantes vinculados con la situación social, económica y cultural de las familias moradoras. Por último, presentamos los obstáculos con que se encuentran los inquilinos en su lucha diaria por el derecho a permanecer en la ciudad.

Precariedad habitacional en la Ciudad de Buenos Aires: los hoteles-pensión
La pobreza en los ‘90 es una pobreza que se expresa en los intersticios de la ciudad. La ciudad se torna importante para los sectores populares como un ámbito de supervivencia para afrontar la crisis y el empobrecimiento. Siguiendo a Kessler y Di Virgilio (2003: 22), “en el último decenio se ha observado que los pobres en Buenos Aires se han apropiado de pequeños espacios vacantes en las zonas centrales de la ciudad: propiedades fiscales, edificios abandonados por sus propietarios, fábricas, galpones que se utilizan como viviendas. A pesar de gozar de los beneficios de vivir en la ciudad, las condiciones de vida se ven seriamente deterioradas por la incertidumbre e inseguridad en relación con los medios de subsistencia y a la calidad de la vivienda”. Durante los años ‘90 crecieron el desempleo y la pobreza alcanzando porcentajes desconocidos en las décadas anteriores. En la sociedad argentina actual (primer semestre de 2006), el 31,4 % de la población urbana es pobre. En la Ciudad de Buenos Aires, la pobreza afecta al 8,6 % de los hogares y al 12,6 % de las personas.3

Dentro de la diversidad de situaciones y formas que asume la pobreza urbana nos centramos en aquella que escapa a la lógica que por décadas fue característico: villa = pobreza (Kessler y Di Virgilio, op.cit.). La presencia de las villas miseria en la ciudad expresa de una manera casi inmediata en el territorio la posición que las personas ocupan en la estructura social. La pobreza urbana de la que hablamos, rompe con esta lógica en la medida en que ahora la pobreza no necesariamente se corresponde con formas estandarizadas de ocupación del territorio ni con condiciones uniformes de acceso al hábitat y a los servicios urbanos. Varias décadas de empobrecimiento y el efecto del desempleo rompen el esquema que confinaba a los pobres en territorios bien delimitados y claramente identificables. En este sentido, en contraste con las zonas de alta concentración popular (villas miserias y asentamientos), los residentes en hoteles ubicados en barrios céntricos de la Capital Federal no están concentrados geográficamente. Junto a los moradores de villas miseria y los habitantes de casas tomadas, son quienes residen en las condiciones más precarias de toda la urbe porteña. De este modo, las estrategias habitacionales4 dentro de la pobreza no se reducen a la alternativa de alojarse en las villas. Existen otras opciones en la ciudad y en el conurbano tales como los asentamientos, la autoconstrucción en terrenos propios en los barrios populares y también la posibilidad de vivir en zonas más cercanas al centro alojándose en hoteles, pensiones o casas tomadas (Margulis, 2005).
Con la intervención estatal en el mercado mediante el control de alquileres y la suspensión de desalojos iniciada en Argentina en la década del ’40, la forma más representativa del submercado de piezas (los conventillos e inquilinatos)5 se estanca para dar lugar al surgimiento y gradual expansión de los hoteles-pensión (Cuenya,1991: 51). Están esparcidos en su casi totalidad entre los barrios de la zona sur de la ciudad de Buenos Aires (Retiro, Recoleta, Almagro, Balvanera, San Cristóbal, Monserrat, Constitución, San Telmo). La función residencial que estos hoteles comenzaron a cumplir tempranamente para los sectores de menores ingresos, explica que no haya sido casual su área geográfica de inserción en la ciudad. En efecto, hacia fines de la década del ’60 y principios del ’70, se desarrollaban actividades laborales y comerciales en la zona y por lo tanto los hoteles funcionaron como una opción de alojamiento para aquellos que emigraban del interior o países limítrofes en busca de una mejor calidad de vida. El aumento del desempleo durante los noventa agudizó los problemas de déficit habitacional en la ciudad, pues continuaron los flujos migratorios impactando sobre el crecimiento demográfico: no sólo aumentó la población en villas y hoteles de la Capital, sino que comenzaron a tener mayor intensidad y visibilidad ciertos fenómenos como las casas tomadas y las personas sin techo.

Desde su surgimiento, los hoteles suponen un modo precario de habitar en la ciudad, aunque con el correr del tiempo las condiciones de habitabilidad fueron empeorando. Esto se debe a varios factores como el deterioro continuo y la falta de mantenimiento e inspección de los edificios, el crecimiento de la demanda de una pieza sumado a la falta de espacio en los inmuebles para solventarla, la convivencia de varias personas en una misma habitación6 , los reiterados conflictos entre inquilinos y encargados, etc. Ahora bien, siguiendo a Beatriz Cuenya (1988) nos preguntamos, ¿cuáles son las razones de permanencia de este tipo de vivienda?, ¿cuál es la lógica de funcionamiento de este submercado? Para Elsa Rivas (1991: 36), “la permanencia del submercado de alquiler de piezas a lo largo de más de un siglo, primero con el conventillo y el inquilinato y más recientemente con el hotel-pensión, está dada por la rentabilidad que supone para los propietarios de inmuebles bien situados y generalmente obsoletos, el alquilar sus piezas por separado a una demanda constante: un grupo social de bajos recursos económicos que no tiene otras posibilidades de acceso a viviendas diferentes”. El principal motor de funcionamiento de estas modalidades del hábitat popular no es la ganancia capitalista sino la renta del suelo, donde “el origen o la causa de su generación radica en la buena localización del inmueble” (Cuenya, 1991: 49). Ante la ausencia de regulación estatal, la magnitud de la renta del suelo depende de la intensidad de ocupación y la posibilidad de aumentar los precios a partir de una demanda constante y el buen emplazamiento.

En cuanto a la estructura edilicia de los hoteles-pensión, la mayoría no cumple con las condiciones mínimas de habitabilidad e higiene. En nuestras cotidianas visitas observamos la falta de agua caliente, el deterioro físico de los edificios, los matafuegos ausentes o vencidos, el cableado eléctrico al aire, la humedad en las habitaciones y un alto grado de hacinamiento. Algunas estructuras están apuntaladas por maderas, las inundaciones son una amenaza cotidiana y suelen tener continuos cortes del suministro de electricidad. La mala ventilación, los ambientes húmedos, la oscuridad y la falta de privacidad son algunos de los aspectos que caracterizan a una pieza de hotel. Muchos están clausurados por el considerable avance de deterioro y el riesgo que supone habitarlos. Sin embargo sus dueños y/o encargados continúan prestando servicio. Algunas piezas son extremadamente reducidas, reservadas para una o dos personas, aunque en la práctica llegan a alojar a familias enteras de hasta cinco miembros. Son edificios que, en el paisaje urbano cotidiano, pasan desapercibidos camuflando sus deterioradas fachadas y ocultando y disimulando la pobreza que se esconde en su interior.

M: La habitación tiene muchísima humedad. Durante el día dejamos abiertas la puerta y la ventana para que se seque un poco la humedad. El desagüe que tiene para la calle se tapa cada dos por tres. Cuando llueve fuerte hay que tratar de cerrar y poner algo en las puertas para que no entre a las habitaciones. E: ¿Y cómo es la utilización de la cocina en el hotel?

M: Es compartida. Hay varias hornallas así que el que llega primero las usa. Turnos no hay. (Marta, 42 años) Vivir en hoteles, uno se va adaptando a las circunstancias, pero no es bueno. El tema es que uno en las condiciones en las que está, en realidad trae consecuencias en la vida cotidiana. Si las nenas quieren estar afuera no se puede estar a cierto horario. A veces en el hotel no hay agua, o los baños están rotos. Por ejemplo viene mi marido y se quiere bañar y no puede. Entonces tiene que ir a otro lado. De donde está nuestra pieza nos queda lejos el baño y la cocina. (Adriana, 36 años)

Fuentes:

1- Fuentes: Carman (2005); Censo Nacional de Población (INDEC 2001); Informes del Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC); Documento 33 del Centro de Documentación en Políticas Sociales del GCBA; nota del diario La Nación (16/ 07/04); nota del diario Clarín (27/09/05).

2- Entendemos por hábitat no sólo una condición físicaterritorial y modalidad de alojamiento, sino también un contexto socio-cultural, un espacio de redes de relaciones que vehiculizan las interacciones sociales. Asimismo, existen diversas modalidades de vivienda que forman parte del hábitat popular como las villas miseria, barrios semiurbanizados del conurbano, complejos habitacionales, asentamientos, casas tomadas, entre otros

3- Fuente: INDEC (EPH), 28 aglomerados urbanos, primer semestre de 2006.

4- «El concepto de estrategias habitacionales alude a las decisiones que toman las familias y los objetivos que ellas persiguen en materia de hábitat” (Dansereau y Naváez- Bouchanine, 1993; citado en Di Virgilio, 2004: 215)

5- Con respecto a los conventillos e inquilinatos, la diferencia con los hoteles radica en el tipo de construcción, la inexistencia de reglamentos y categorizaciones, el pago de los servicios comunes y la ausencia de un encargado que administre y medie ante eventuales conflictos. El proceso de transformación, resignificación y apropiación del espacio también es diferente, pues generalmente los habitantes de inquilinatos realizan algunas mejoras al interior de cada habitación como revoque, pintura, entrepisos, etc. Vivir en un conventillo supone algunas ventajas respecto del hotel, como el hecho de tener cocina propia, habitaciones más amplias y su alquiler sin mobiliario, lo cual posibilita que las familias puedan mudarse con los muebles que fueron consiguiendo y reuniendo con gran esfuerzo a lo largo de su vida. Esto es muy valorado por las familias, pues cada objeto de pertenencia conlleva una carga afectiva y emocional. Ahora bien, el hacinamiento, la falta de privacidad, el deterioro de los inmuebles, los elevados precios de las piezas, son situaciones comunes a ambas modalidades de vivienda lo cual trae graves consecuencias en las condiciones de vida de sus moradores.

6- En nuestros registros de campo hemos observado que en una misma habitación conviven hasta 9 personas. Recordemos que las dimensiones de un cuarto no superan los 10 metros cuadrados con lo cual estaríamos en presencia de hacinamiento crítico. Otro dato interesante para tener en cuenta al momento de establecer comparaciones entre el surgimiento de los hoteles y lo que son en la actualidad, es que, según estadísticas del Programa Hábitat (PROHA) (Pastrana et al, 1995), en 1991 el valor promedio era de dos personas por habitación. Creemos que uno de los motivos que explica el actual hacinamiento en las habitaciones son los montos elevados que deben pagarse para alquilar una pieza (entre $200 y $600), por lo que familias numerosas conviven en pequeñas habitaciones.

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