Durante mi permanencia en París frecuenté un tiempo, aunque no mucho, el café la Rotonde, en Montparnasse, donde se reunía una peña de artistas futuristas. Y como yo tenía curiosidad por conocer de cerca aquellos proselitistas del futurismo, escuela que todavía gozaba de cierta boga me hice pasar entre ellos como futurista. Les hacía dibujos raros, y ellos los encontraban estupendos. Cuanto más absurdos, más estupendos les parecían. Uno de mis dibujos se llamaba “El ojo del capitán mirado por el ojo de buey”, lo exhibían como modelo del arte del futuro, que debía ser, decían, introspectivo, analítico, subconsciente, freudiano y no sé cuántas cosas más. Encontraron en mí grandes facultades para pintar hacia adentro, como ellos preconizaban, y no hacia afuera, aunque en realidad la mayor parte de aquellos futuristas de la Rotonde no pintaban ni hacia afuera ni hacia adentro