Era una lancha no muy vieja, con un pequeño motor, que compré de ocasión en San Fernando, cuando ya podía permitirme ese lujo. [...] Era una lancha que siempre andaba en desgracia. Una vez se incendió con gente a bordo. Otra vez quiso hundirse sin motivo aparente que justificara el naufragio. La última vez que salí con ella a pintar me salvé de la
muerte de milagro.
Londres (1930)

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Hice el viaje a Génova en el vapor “Conte Verde”. Lo primero que hice al llegar a Roma fue dedicarme a recorrer sus calles y sus museos. El embajador argentino en Roma, doctor Fernando Pérez, tomó a su cargo el padrinazgo de la exposición, que adquirió así cierto carácter o !cial. Pero sobre todo yo era un artista argentino, y ya se sabe lo que Argentina significa en Italia. Y eso tenía en contra la ortografía de mi apellido, pues ya no era Chinchella, sino Quinquela, que, pronunciado a la italiana, se convertía en Cuincuela. Pero por encima de estos detalles idiomáticos y patronímicos, yo era una argentino “ figlio” de italianos y eso fue suficiente para conquistarme la simpatía y la adhesión de todos, del rey abajo.

Al final de aquel banquete neoyorquino recibí una invitación del conde del Rivero, director de “Diario de la Marina”, de La Habana, para realizar una exposición en los salones de su diario. [...] En mi exposición de Cuba vendí dos cuadros,uno de ellos adquirido por el propio Rivero. La Habana me hizo la impresión de una Andalucía tropical. Esos negros que hablan el español como andaluces transplantados... esas mulatas que parecen gitanas achocolatadas. Cuba es un país alegre, divertido, optimista. Parece que siempre viviera en día de !esta.