Era una lancha no muy vieja, con un pequeño motor, que compré de ocasión en San Fernando, cuando ya podía permitirme ese lujo. [...] Era una lancha que siempre andaba en desgracia. Una vez se incendió con gente a bordo. Otra vez quiso hundirse sin motivo aparente que justificara el naufragio. La última vez que salí con ella a pintar me salvé de la
muerte de milagro.
Nueva York (1928)

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Llegué a Inglaterra en el mes de mayo de 1930, a bordo del vapor Arlanza. Lo primero que co probé es que el poco inglés que había aprendido en Nueva York no me servía de nada en Londres. Por suerte en la embajada argentina me encontré con mi verdadero intérprete y cincerone, Pedro Morales, quien intervino en los preparativos de mi exposición en la Galería Burlingthon, que tuvo un éxito artístico, social y periodístico. Un día estaba yo en mi exposición cuando se me acercó un reportero del diario Daily Express a hacerme un reportaje relámpago. Entre las cosas que me preguntó figuraba esta pregunta: —¿Por qué no pinta usted mujeres? —No pinto mujeres porque todavía no he encontrado a la mujer ideal. Ni Morales ni yo le dimos mayor importancia al asunto, pues en realidad son frases hechas que uno dice en las charlas de café. Pero con razón dicen que una pequeña chispa puede generar un incendio. Después de aparecer mi reportaje en el “Daily Express” se publicó un largo artículo en el mismo diario, firmado por un escritor Navison, que pretendía demostrarme que la mujer ideal se encuentra siempre en Inglaterra. Y como dentro de Inglaterra estaba mi ideal femenino, yo tenía que forzosamente que encontrarlo y pintarlo. Empezaron a lloverme cartas de mujeres, y todas ellas me juraban que encarnaban a la mujer ideal que yo andaba buscando.

Hice el viaje a Génova en el vapor “Conte Verde”. Lo primero que hice al llegar a Roma fue dedicarme a recorrer sus calles y sus museos. El embajador argentino en Roma, doctor Fernando Pérez, tomó a su cargo el padrinazgo de la exposición, que adquirió así cierto carácter o !cial. Pero sobre todo yo era un artista argentino, y ya se sabe lo que Argentina significa en Italia. Y eso tenía en contra la ortografía de mi apellido, pues ya no era Chinchella, sino Quinquela, que, pronunciado a la italiana, se convertía en Cuincuela. Pero por encima de estos detalles idiomáticos y patronímicos, yo era una argentino “ figlio” de italianos y eso fue suficiente para conquistarme la simpatía y la adhesión de todos, del rey abajo.