Llegué a Inglaterra en el mes de mayo de 1930, a bordo del vapor Arlanza. Lo primero que co probé es que el poco inglés que había aprendido en Nueva York no me servía de nada en Londres. Por suerte en la embajada argentina me encontré con mi verdadero intérprete y cincerone, Pedro Morales, quien intervino en los preparativos de mi exposición en la Galería Burlingthon, que tuvo un éxito artístico, social y periodístico. Un día estaba yo en mi exposición cuando se me acercó un reportero del diario Daily Express a hacerme un reportaje relámpago. Entre las cosas que me preguntó figuraba esta pregunta: —¿Por qué no pinta usted mujeres? —No pinto mujeres porque todavía no he encontrado a la mujer ideal. Ni Morales ni yo le dimos mayor importancia al asunto, pues en realidad son frases hechas que uno dice en las charlas de café. Pero con razón dicen que una pequeña chispa puede generar un incendio. Después de aparecer mi reportaje en el “Daily Express” se publicó un largo artículo en el mismo diario, firmado por un escritor Navison, que pretendía demostrarme que la mujer ideal se encuentra siempre en Inglaterra. Y como dentro de Inglaterra estaba mi ideal femenino, yo tenía que forzosamente que encontrarlo y pintarlo. Empezaron a lloverme cartas de mujeres, y todas ellas me juraban que encarnaban a la mujer ideal que yo andaba buscando.
El estudio lancha (1934)

Share This
Entradas relacionadas

Hice el viaje a Génova en el vapor “Conte Verde”. Lo primero que hice al llegar a Roma fue dedicarme a recorrer sus calles y sus museos. El embajador argentino en Roma, doctor Fernando Pérez, tomó a su cargo el padrinazgo de la exposición, que adquirió así cierto carácter o !cial. Pero sobre todo yo era un artista argentino, y ya se sabe lo que Argentina significa en Italia. Y eso tenía en contra la ortografía de mi apellido, pues ya no era Chinchella, sino Quinquela, que, pronunciado a la italiana, se convertía en Cuincuela. Pero por encima de estos detalles idiomáticos y patronímicos, yo era una argentino “ figlio” de italianos y eso fue suficiente para conquistarme la simpatía y la adhesión de todos, del rey abajo.

Al final de aquel banquete neoyorquino recibí una invitación del conde del Rivero, director de “Diario de la Marina”, de La Habana, para realizar una exposición en los salones de su diario. [...] En mi exposición de Cuba vendí dos cuadros,uno de ellos adquirido por el propio Rivero. La Habana me hizo la impresión de una Andalucía tropical. Esos negros que hablan el español como andaluces transplantados... esas mulatas que parecen gitanas achocolatadas. Cuba es un país alegre, divertido, optimista. Parece que siempre viviera en día de !esta.