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Historia de la vivienda social

Historia de la vivienda social.
por ANA CRAVINO

DEL CONVENTILLO A LAS CASAS BARATAS.

Al intentar construir una historia del hábitat popular se debe dar cuenta de su inicial invisibilidad. En el proceso de formación del Estado Argentino hasta principios del siglo XX, los diferentes gobiernos nacionales, provinciales y municipales tuvieron poca intervención en la producción de viviendas para sectores de bajos recursos, dado que respondían a una concepción liberal que delegaba en el mercado la resolución del problema. Poco a poco, a partir de diferentes iniciativas (de la beneficencia católica, cooperativismo y patronal) el Estado tomará conciencia de la gravedad de la situación y empezará a realizar ensayos tentativos en torno a la solución del problema habitacional.

Introducción

Al intentar construir una historia del hábitat popular se debe dar cuenta de su inicial invisibilidad. En el proceso de formación del Estado Argentino hasta principios del siglo XX, los diferentes gobiernos nacionales, provinciales y municipales tuvieron poca intervención en la producción de viviendas para sectores de bajos recursos, dado que respondían a una concepción liberal que delegaba en el mercado la resolución del problema. La adopción del modelo económico agro exportador en el esquema de la división internacional
del trabajo requería que la obra pública estuviera constituida fundamentalmente por infraestructura, mientras que la política inmigratoria necesitaba de edificios de equipamiento. De este modo se construyeron puertos, usinas, todo tipo de edificios públicos, escuelas, hospitales, teatros, hasta hoteles para inmigrantes, pero no viviendas. A un mismo tiempo, los textos de historia de la arquitectura argentina1, hasta avanzado el siglo XX, abundaban sobre palacios, mansiones y palacetes, y las llamadas “casas de renta”, destinadas al alquiler para sectores de la clase media2; mientras que poco hay sobre vivienda social3. Este momento histórico concuerda con el de la arquitectura académica, y a la vez, con el período de mayor crecimiento demográfico del país, causado por un importante flujo de inmigrantes.4 Anahí Ballent coincide señalando que “el parque habitacional se construyó sobre la base de la suma de esfuerzos individuales, posibilitado por los procesos de ascenso social y de constitución de las capas medias y populares urbanas”.5

Una única iniciativa concretada por parte del Estado 6, que es posible destacar, es el proyecto solicitado en 1882 por el intendente Torcuato de Alvear al Director de la O cina de Ingenieros Municipales, Juan Antonio Buschiazzo, para la construcción de una “Casa para obreros”, que pudiera servir como “modelo para casas de inquilinato…” 7, proyecto que fue materializado parcialmente en la actual Avenida Las Heras (llamada entonces Chavango), fuera del ámbito céntrico en aquella época.8

Las masas de inmigrantes –en su mayoría campesinos- eran atraídas, no tanto al campo que se deseaba poblar, sino a las grandes ciudades, paralelo al incipiente desarrollo nacional del capitalismo industrial.11 En este contexto, y con un doble desarraigo: de nacionalidad y de base productiva, los sectores sociales de bajos recursos quedaron librados a su suerte y limitados a su propia iniciativa, residiendo en inquilinatos o conventillos12 o en el peor de los casos alojados en cama caliente: cuatro a seis horas de cama a un peso, en maromas (sogas colgadas de los techos de galpones para dormir de pie), o en los caños albergados en el puerto13. A medida que el progreso económico-familiar lo permitía, y conforme a la aceptación de arraigarse definitivamente en esa nueva patria, se autoconstruían14 una serie de habitaciones alineadas con patio lateral, la llamada casa “chorizo”, en un lote, pagado en cuotas mensuales, y ubicado en la entonces periferia de la ciudad, merced al boleto ferroviario subsidiado.15 Si los recursos se los permitían recurrirían a pequeñas empresas constructoras que financiaban la operación, como la “Buenos Aires Building Society”, el “Banco del Bien Raíz”, “El Banco Constructor de La Plata”, “El Hogar Argentino” y “La Constructora Nacional”, entre otras.16

2. Bajo el influjo del Higienismo, el Reformismo y la Beneficencia Católica.

A comienzos del siglo XX se abre una brecha en la inacción oficial y el Estado comienza a ocuparse del problema de la vivienda obrera con un enfoque netamente “Higienista”, que respondía al positivismo dominante en las esferas de poder.

El Higienismo, tanto en su versión clásica sustentada en las teorías miasmáticas) como en la posterior a Pasteur (apoyada en la tesis microbiana del contagio a través un germen patógeno), es de nido como una práctica racional y científica que impone un intervención activa sobre la sociedad. De este modo, la salud es entendida como el producto de las condiciones del medio social y físico en el que desarrollan la vida las personas.

Es por ello que será un primer objetivo de la higiene pública involucrarse en los principales factores que afectan a la salud social: la provisión de agua potable, la eliminación de los residuos cloacales, la recolección de la basura, la construcción de pavimentos, así como la ubicación de parques públicos, cementerios, mataderos y hospitales.18

Paulatinamente, el Higienismo pasará al ámbito privado, tomando como una de sus mayores preocupaciones al conventillo, foco elegido para simbolizar todos los males que encerraba la sociedad (Figura 3).

Eduardo Wilde sostiene:

“Así los barrios centrales, Aristocráticos, ricos, lujosos y cuidados de las ciudades, no serán salubres, si en los alrededores no se observa una prudente higiene y si el capital
no interviene para formar allí jardines, vía pública limpia, habitaciones aseadas, aunque pequeñas y baratas. Por egoísmo, las gentes acomodadas de las poblaciones, deben cuidar del modo de vivir de los pobres, porque la salubridad de una ciudad es un resultado de muchos factores y no un producto de la acción individual o colectiva aplicada a una sola sección, a una calle, a un barrio.” 19

Y más específicamente agrega Guillermo Rawson:

“De aquellas fétidas pocilgas, cuyo aire jamás se renueva y en cuyo ambiente se cultivan los gérmenes de las más terribles enfermedades, salen esas emanaciones, se incorporan a la atmósfera circunvecina y son conducidos por ella tal vez hasta los lujosos palacios de los ricos. Un día, uno de los seres queridos del hogar, un hijo, que es un ángel a quien rodeamos de cuidados y de caricias, se despierta ardiendo con la fiebre y con el sufrimiento de una grave dolencia ( ) aquel cuadro de horror que hemos contemplado un momento en la casa del pobre. Pensemos en aquella acumulación de centenares de personas, de todas las edades y condiciones, amontonadas en el recinto malsano de sus habitaciones; recordemos que allí se desenvuelven y se reproducen por millares, bajo aquellas mortíferas influencias, los gérmenes e caces para producir las infecciones, y que ese aire envenenado se escapa lentamente con su carga de muerte, se difunde en las calles, penetra sin ser visto en las casas, aun en las mejor dispuestas; y que aquel niño querido, en medio de su infantil alegría y aun bajo las caricias de sus padres, ha respirado acaso una porción pequeña de aquel aire viajero que va llevando a todas partes el germen de la muerte.( )

No basta acudir con la limosna para socorrer individualmente la miseria; no basta construir hospitales y asilos para pobres y mendigos; no basta acudir con los millones para subvenir a estos infortunios accidentales en aquella clase deprimida de la sociedad. Es necesario ir más allá; es preciso buscar al pobre en su alojamiento y mejorar las condiciones higiénicas de su hogar, levantando así su vigor físico y moral, sin deprimir su carácter y el de su familia humillándose con la limosna”. 20

En 1872 desde otra posición ideológica Friederich Engels acepta los mismos hechos:

“El cólera, el tifus, la fiebre tifoidea, la viruela y otras enfermedades devastadoras esparcen sus gérmenes en el aire pestilente y en las aguas contaminadas de estos barrios obreros. Aquí no desaparecen casi nunca y se desarrollan en forma de grandes epidemias cada vez que las circunstancias les son propicias. Estas epidemias se extienden entonces a los otros barrios más aireados y más sanos en que habitan los señores capitalistas. La clase capitalista dominante no puede permitirse impunemente el placer de favorecer las enfermedades epidémicas en el seno de la clase obrera, pues sufriría ella misma las consecuencias, ya que el ángel exterminador es tan implacable con los capitalistas como con los obreros”. 21

Vale señalar que Rawson como Wilde, médicos higienistas, habían padecido en 1871 la experiencia traumática de la epidemia de ebre amarilla que azoló Buenos Aires22, apoyando entonces las tesis de que el agua y el aire transportaban miasmas o gases nocivos. Es por eso que defendían la actuación sobre la vivienda popular, donde, según ellos, se originaban los males físicos –y morales- que afectaban la sociedad.

El poder público encontraba legítimo la intervención sobre el ámbito privado (piezas de conventillos, casillas precarias) cuando el bien común lo requiriera, como lo habían hecho ya en 1871. Describe ese procedimiento Diego Howlin: “Cuando comenzaban las requisas, los echaban a los empujones a la calle, casi siempre sin dejarles recoger sus pertenencias. Es natural que se resistieran, que gritaran, que intentaran salvar lo poco que tenían. Pero todo cuanto había en la casa estaba condenado a ser quemado”.23

De modo que, a partir del caso emblemático de las epidemias cólera y fiebre amarilla fueron apareciendo distintas ordenanzas que permitieron la “Inspección, vigilancia e higiene de los hoteles o casas habitadas por más de una familia”24, sancionándose también distintos Reglamentos Generales de Construcción que contemplaban no sólo la prohibición de emplear ciertos materiales para levantar paredes como barro (adobe) o madera, las características de los pisos, la ubicación de cocinas, piletones y letrinas, una altura mínima de 4 metros (que permitiría la circulación de aire necesaria para alejar los indeseables miasmas), así como la cantidad de inquilinos por habitación.25 En este sentido, sólo entre 1891 y 1892 la intendencia municipal había desalojado 890 casas de inquilinato por malas condiciones y unas 336 piezas por hacinamiento.26

Se juzgaba entonces que el conventillo por sus condiciones físicas (falta de aire y sol, ausencia de agua potable y cloacas, construcción precaria), era en sí mismo un peligro para el resto de la sociedad, consideración que paulatinamente se fue extendiendo a sus habitantes.

Señala asimismo Domingo Selva:

“El pobre obrero comienza a reflexionar sobre su suerte…. germinarán pensamientos conformes con la disparidad material de los hombres ante las necesidades de la vida. Su ánimo se agriará, tomará el trabajo como una carga, la familia le será un gravamen… irá siendo terreno propicio para que germine la simiente de las agitaciones sociales buscando un ideal aún no bien comprendido. Y nuestro hombre, que con poco podía haber continuado siendo un elemento conservador por excelencia de la sociedad, entrará en la militancia obrera… hará huelga, provocará disturbios… será en breve un verdadero elemento de trastorno social…..”27

Por ello es que este enfoque “Higienista”, aunque heredero de los descubrimientos de Luis Pasteur e Ignac Semmelweis excedía plenamente lo sanitario y se orientaba hacia lo social, considerando entonces que las condiciones deplorables de vida del conventillo no sólo permitían el contagio de enfermedades como la tuberculosis o el cólera, sino que además impulsaban a quien residiera allí hacia el desorden, el caos o la conducta inmoral.

Por consiguiente el problema de la habitación obrera, como se definía en aquel momento, no podía quedar limitado a mejorar las condiciones sanitarias de dichas edificaciones sino que para Selva debían erradicarse “la promiscuidad y la vagancia, la ebriedad y la disolución familiar que acechan tras estos «vestíbulos de la muerte» que son los conventillos”.28

Cabe aclarar algunos conceptos: El conventillo29 (o casa de inquilinato) era un tipo peculiar de vivienda urbana de Uruguay, Chile30 y Argentina, donde cada cuarto era alquilado por una familia o por un grupo de hombres solos, generalmente inmigrantes. Los servicios (letrinas, duchas, piletones de lavar31, cuando los había32) eran de uso comunitario para todos los inquilinos. Generalmente no había cocinas, por lo que se debía preparar los alimentos en braceros que se encendían en el patio o en la misma habitación cuando el tiempo no era propicio.

Muchas veces el conventillo aparecía por la refuncionalización de antiguas casonas coloniales en los barrios de la zona sur de Buenos Aires: San Telmo, Concepción, Balvanera, Monserrat, San Nicolás y Catedral al sud, que habían sido abandonados por los sectores más pudientes de la sociedad después de la epidemia de fiebre amarilla, aunque también estaban presentes en las parroquias de San Miguel, La Piedad y el Socorro32. La alta rentabilidad de este tipo de alojamiento hizo que se construyeran edificios especialmente orientados para ese uso, muchos de ellos de gran precariedad34. La intención de los sectores populares de habitar en el centro, se debía fundamentalmente a la mayor oferta habitacional y a la necesidad de vivir cerca de los lugares de trabajo.35
La mayoría de los conventillos contaban además con reglamentaciones internas que con figuraban un “e caz sistema represivo”, utilizado a conveniencia, puesto que “a través de sus cláusulas, los propietarios y caseros establecían las pautas de conducta que los inquilinos debían observar.”36

En términos generales, los inquilinatos estaban conformados por habitaciones ubicadas alrededor de uno o varios patios centrales, o en cuartos alineados a lo largo de pasillos y galerías. Alojamientos similares surgen en otras ciudades de América Latina e incluso Europa.

Es por ello que Friederich Engels afirmaba en 1845:

“El par de cientos de casas, que pertenecen al viejo Manchester, hace ya tiempo que fueron abandonadas por sus primeros habitantes, sólo la época industrial ha metido en ellas a los enjambres de trabajadores a los que ahora alojan” 37

Sin embargo, Korn y De la Torre señalan que:

“La proporción de conventillos en la educación total de la ciudad pasó de ser el 8,4% de los edificios en 1887 a constituir sólo el 2 % en 1919. La cantidad de habitantes por cuarto de conventillo tiene un pico de 3 habitantes promedio en 1904 38 y luego, inmediatamente después de la recesión de la Gran Guerra, en 1919, es de 3,3 habitantes por cuarto. La población que se aloja en estos sitios es la más pobre de la ciudad y pasa de ser el 25 % de la población a menos del 10 % en 1919…”.39

No obstante, Diego Lecuona sostiene que existía en los conventillos una proporción importante de familias que habitaban más de una pieza y que las condiciones de higiene no eran del todo inadecuadas para la época.40

Por otra parte como atestiguan Armus y Hardoy fueron varios los modos de habitar de los sectores populares en el período considerado, aunque la crítica de aquel entonces ha centrado su atención en la figura del conventillo. En ese mismo sentido, Armus y Hardoy mencionan la presencia, además del conventillo, de la casa chorizo o “casa familiar expandible”, la dependencia de servicio de la residencia de elite, la casilla precaria en el lote propio, el rancho en el terreno baldío, el “cuarto del fondo” de una vivienda unifamiliar, y las fondas y pensiones, entre otras estrategias habitacionales.41
Vale también observar la invisibilidad de las pensiones en los textos de historia de la arquitectura que es rescatada por Rosa Aboy42. Además como afirma Suriano, “existió una franja de población –quizás tan importante como la que vivía en conventillo- difícil de captar a través de los datos censales, que moraba en iguales o peores condiciones en fondas, bodegones, hoteles, casas de pensión y departamentos o casas pequeñas e incómodas”.43 Asimismo en el mismo Boletín del Departamento Nacional del Trabajo se consigna en los suburbios la existencia de casitas con 3 o más piezas “en condiciones higiénicas y de vida deplorables.” 44

Con respecto a las “dependencias de servicio” de las grandes mansiones hay una línea de investigación no iniciada si consideramos los datos del Censo de 1895 consignados por Korn- De la Torre45 donde se registran residencias hasta con once sirvientes. Dichas habitaciones se encontraban en las planta bajas y subsuelos (cocheros,
por ejemplo) o “disimuladas” en las azoteas amansardadas de las casas acomodadas.

Es interesante hacer algunas reflexiones al respecto. La mayoría de la población de las casas de inquilinato eran inmigrantes europeos, mayoritariamente italianos y españoles, pero también polacos, rusos, sirio- libaneses, armenios y de otras colectividades. Muchas diferencias los separaban: idioma, costumbres, tradiciones, religión, pero la mayoría de ellos manifestaba un origen campesino: algunos pequeños propietarios empobrecidos por las crisis agrícola de fines del siglo XIX, otros más humildes, simples jornaleros. Sin embargo, era frecuente en su lugar de origen la convivencia en el mismo cuarto –y a veces en la misma cama- de padres e hijos46. De tal modo que la precaria habitabilidad de los conventillos no era, en muchos casos, un cambio sustancial con la vivienda anterior. Por otra parte, y aquí reside el peso del proceso de “argentinamiento” –si es que cabe este neologismo-, que incluía no sólo la educación Ley 1420 de educación universal, obligatoria, gratuita y laica, sino también la incorporación coercitiva de las pautas de comportamiento impulsadas por el higienismo47, que se manifiestan no sólo en la aparición de letrinas, sino también en el de duchas.48

Korn y De la Torre afirman:

“Por el hecho de tratarse, en una buena parte, del alquiler de cuartos de antiguas casas, estos lugares contaban con la solidez de su construcción. Su existencia como casas de alquiler de cuartos, estuvo, por otra parte, siempre sujeta a legislación sobre las condiciones básicas de limpieza y sanidad. Desde 1871, se exigía que hubiese inodoros en las letrinas, un departamento destinado a cocina y, a partir de 1887, la obligación de instalar agua corriente y un cubaje de 15 m3 por personas que permitía tres personas en un cuarto de 4m x 3m x 3m.” 49.

Empero otros tipos de alojamiento no sufren la condena que pesa sobre los conventillos, como ocurre por ejemplo con los ranchos del “Barrio de la Ranas”, ubicado en los terrenos de la quema de Parque Patricios (donde sus habitantes utilizaban para hacer las paredes latas usadas de 20 litros de querosén rellenas de barro51) (Figura 4),
las viviendas de uno o dos cuartos autoconstruidas y los conventillos (más pequeños, pero también de peor calidad constructiva) de los suburbios.

Con respecto a las casillas precarias, señala Liernur que este tipo de construcción “junto con los ranchos, carpas y otros modos elementales del habitar constituyen un área problemática hasta ahora soslayada por nuestros estudios. Sin embargo, con un mínimo costo, no anclaje al terreno y posibilidades de agregación, constituyeron la mejor respuesta que los sectores populares podían hallar ante condiciones de gran inestabilidad que debieron afrontar”.52 (Figura 5) (Figura 6).

Entonces ¿Por qué el conventillo se convirtió en el objetivo principal de la crítica, cuando en el peor momento sólo alcanza al 25 % de la población de Buenos Aires?

Podemos suponer que con esta argumentación se pretende avalar una segregación espacial, cuestionando la forma de habitación más visible de los sectores populares, presente incluso en los barrios de élite: el conventillo. Otros modos de habitar como ranchos y casillas precarias se ubicaban en terrenos baldíos e incluso inundables como los próximos al arroyo Maldonado, Dock Sud o el bajo Belgrano. Las casas chorizo autoconstruidas también permanecen fueran de la vista de los sectores más favorecidos, pues los lotes que se ofrecían a la venta en cuotas accesibles se encuentran en la entonces periferia de la ciudad.

No obstante como señalan Korn-De la Torre “si la intención de tal segregación existió, no se logró llevarla a la práctica en cuanto a los propietarios de inmuebles de las zonas más caras de la ciudad. Para decirlo de un modo porteño, da toda la impresión de que una serie de recién llegados se «colaron» por todas partes, incluidos los barrios de San Nicolás y el Socorro.” A estos “infiltrados” había que desterrarlos, pero recurriendo a un discurso “bien intencionado” como el higienista que no trasuntara ningún prejuicio de clase o de condición,53 o apelando a razones de índole económica. Es este el pensamiento de Samuel Gache quien considera conveniente que las familias más pobres se retiren a barrios más alejados donde puedan encontrar viviendas de mejor calidad y accesibles, ya que el centro de la ciudad se encontraba en proceso de embellecimiento y construcción de mansiones…54

Los testimonios utilizados para cuestionar a los inquilinatos encierra un trasfondo económico: El valor creciente de la tierra urbana en determinadas áreas centrales55, va a forzar la expulsión de los obreros de este tipo de localización, mediante el aumento desmedido del alquiler de las habitaciones; o empleando la estrategia de exigir la demolición de los insalubres conventillos, los que quedarán cercados en los barrios de San Telmo, Barracas y la Boca. El suelo vacante será empleado para
la construcción de “casas de renta” de varios pisos56 que alquiladas “a los grandes negocios, almacenes, tiendas, escritorios o convertidos en modernas casas de vecindad reditúan mayor renta”,57 pues están dirigidos a sectores sociales más acomodados.58

Para dar cuenta de la relación entre el salario obrero y el porcentaje destinado al alquiler de una pieza en un inquilinato, podemos señalar que “En 1904, año en
que la población que vive en conventillos constituye alrededor del 14 % de la población total, en la mitad de estas casas el alquiler por cuarto era de alrededor de 13 pesos mensuales. Esta suma constituía alrededor del 22 % del salario mensual mínimo de un albañil (igual aproximadamente a 58,75 pesos) y del 15 % del de un carpintero o el
de un herrero.”59 Sabemos, asimismo, que la cuota mensual para la compra financiada de una “casa chorizo” de tres habitaciones en Floresta en el año 1906 era de 103,50 $60, es decir ocho veces más que el pago de un alquiler y el equivalente a un salario obrero. En 1908, después del aumento significativo que desencadenaría la “huelga de inquilinos” el alquiler de una pieza asciende a 22 $, para el “Departamento Nacional del Trabajo” este pago corresponde al 22 % de los ingresos de un trabajador. En 1912 el porcentaje del salario de un obrero industrial insumido en alquiler de un cuarto de conventillo era del 30, 1 %.61 Veinte años más tarde, los porcentajes son aproximadamente los mismos: el 24 % de los recursos de una familia obrera se destinan a alquiler (39, 63 $ mensuales).62

Describe el mismo fenómeno Engels (1974, 326):

“La extensión de las grandes ciudades modernas da a los terrenos, sobre todo en los barrios del centro, un valor artificial, a veces desmesuradamente elevado; los edificios
ya construidos sobre estos terrenos, lejos de aumentar su valor, por el contrario lo disminuyen, porque ya no corresponden a las nuevas condiciones, y son derribados para reemplazarlos por nuevos edificios. ( )

El resultado es que los obreros van siendo desplazados del centro a la periferia; que las viviendas obreras y, en general, las viviendas pequeñas, son cada vez más escasas y más caras, llegando en muchos casos a ser imposible hallar una casa de ese tipo, pues en tales condiciones, la industria de la construcción encuentra en la edificación de casas de alquiler elevado un campo de especulación infinitamente más favorable, y solamente por excepción construye casas para obreros”

La consecuencia de este fenómeno va ser la “despoblación o emigración del centro a la periferia o sea hacia los barrios suburbanos” tal como registra Cibils en 1911.63 En Buenos Aires paulatinamente los conventillos, en concomitancia con el aumento del valor de la tierra, van desapareciendo de las parroquias de San Nicolás, San Miguel, La Piedad y El Socorro, cumpliendo el objetivo anterior de segregación espacial.

Se había impugnado vida en los inquilinatos con una intención moralizadora, tal como vimos en las expresiones de higienistas y reformistas. Existe en estos años para los sectores más opulentos de la sociedad argentina, que se autodefinen como valuarte moral de la sociedad, un claro vínculo entre inmigración, pobreza y conventillo, conectados a su vez con la degeneración racial, la inmoralidad y, acaso, el crimen.

Decía Eduardo Wilde:

“Un cuarto de conventillo ( ) es la alcoba del marido, de la mujer y de la cría, como dicen ellos en su lenguaje expresivo; la cría son cinco o seis chicos debidamente sucios; es comedor, cocina, despensa, patio para que jueguen los niños, sitio donde se depositan los excrementos, a lo menos temporalmente, depósito de basura, almacén de ropa sucia y limpia si la hay, morada del perro y del gato, depósito de agua, almacén de comestibles, sitio donde arde a la noche un candil, una vela o una lámpara; en n, cada cuarto de éstos es un pandemónium donde respiran contra las prescripciones higiénicas, contra las leyes del sentido común y el buen gusto y hasta contra las exigencias del organismo mismo, cuatro, cinco o más personas. De manera que si hubiera algo hecho con el propósito de contrariar todos los preceptos higiénicos, al hacer un conventillo no se habría acertado mejor”.64 Para Wilde, pareciera que la “suciedad” y el “mal gusto” eran una opción y no una consecuencia de la miseria65, por eso se debía “moralizar” a los desposeídos.

No difiere en esencia el pensamiento del diputado católico Juan Caferata: “El conventillo es una lacra. Allí habita la promiscuidad, germina la rebeldía, crece la tuberculosis, se disgrega la familia, se corrompe la niñez y naufraga la edad madura. Los conventillos son atroces. Las suciedades en contacto. El pudor y la independencia imposibles.
Las pasiones acechando pared de por medio en lucha y contacto cotidianos (…) Este es el conventillo, foco de todas ruindades.” 66

En un mensaje al Congreso Nacional de 1920, el presidente radical Hipólito Yrigoyen67 declara con respecto al excesivo valor que tiene el alquiler de una pieza de conventillo para los sectores populares a los que se “les imponen, en muchos casos, como única solución, vivir en habitaciones antihigiénicas e insalubres, hacinados, con graves perjuicios para la salud, cuando no son otros mayores de orden moral, que nacen en la promiscuidad del inquilinato.” 68

Esta conectividad ente pobreza, inmigración y conducta inmoral, será tan obvia, que en las diversas acciones, tanto privadas como estatales, para proveer vivienda a los sectores populares, se sancionarán normativas para supervisar el comportamiento de sus habitantes: La “Sociedad Protectora del Obrero” responsable de Barrio Buteler tendrá poder de inspección para controlar el “correcto” uso de las viviendas mediante un riguroso reglamento que prohibiría la realización de las estas, la presencia de personas extrañas a la familia, el subalquiler, etc.

Años más tarde desde el Estado Nacional, se propone modificar la Ley 9677 de Casas Baratas para “agregar al Art. 8, la facultad de la Comisión para efectuar el desalojo de aquellas familias cuya inconducta sea causa de escándalo o mal ejemplo.” 69

Asimismo, vale afirmar que desde una mirada política los patios de los conventillos configuraban el espacio ideal para verdaderas asambleas de anarquistas
y socialistas, tal como se había visto en la huelga de alquileres de 1907 70. Guillermo Rawson pretendía mediante reglamentaciones tratar de “evitar el contacto social entre los inquilinos. El intercambio social era regulado pero sólo dentro del marco de tareas colectivas estrictamente programadas”71 De ahí que sectores más conservadores propicien la vivienda individual, a pesar de su mayor costo, que la colectiva.

Se preguntaba por ejemplo Enrique Prack en 1919: “Las autoridades policiales pueden quizás perseguir y disolver las asambleas de los enemigos del orden social, pero quién evitará las reuniones de los habitantes de un conventillo”.72

Es interesante notar que el significativo carácter social del patio del conventillo se debía, a su vez, a esta misma mirada moralizadora que se tenía sobre sus habitantes. Es éste el lugar (y no la propia habitación) don de una mujer (soltera o casada) puede recibir a sus amistades o parientes de sexo masculino. (Y a la inversa) Esta necesaria exhibición pública de la vida social ocurre en el patio de las casas de inquilinato, fenómeno que luego se trasladaría al patio de las casas chorizos, aún cuando éstas dispongan de una habitación (sala) destinada a tal fin. Por otra parte, la galería será también el lugar de trabajo del sastre y del zapatero, de la modista y la sombrerera, pero será específicamente en el patio donde trabajarán las mujeres que lavan ropa para afuera.

Por otra parte, la argumentación contra los inquilinatos proponen, de alguna manera, incentivar la radicación de los inmigrantes en el país, puesto que los que venían como trabajadores golondrina o con proyectos de un regreso próximo a la madre patria, (luego de “hacerse la América”) consideraban lógico habitar transitoriamente en conventillos o habitaciones precarias, para incrementar su capacidad de ahorro. La estrategia que se va a utilizar es fomentar el ideal de la “casa propia”73, definitiva, que entonces sólo podía materializarse en la periferia.74

Liernur75 sostiene que no sin dificultad se instaló en los sectores populares el deseo de la propiedad privada de la vivienda (objetada desde el anarquismo76 y el socialismo77) citando las afirmaciones del Banco “El Hogar Argentino” quien informaba que “no hace todavía muchos años los bancos giraban al exterior sumas fabulosas compuestas de los pequeños y casi insignificantes ahorros de los inmigrantes”, sin embargo en los días del Centenario este hecho ha desaparecido, lo cual puede ser atribuido a la “facilidad
de adquisición de la tierra, a la incalculable fuerza atractiva de la propiedad”.

La visibilidad de los conventillos y los conflictos que dentro de ellos se manifiestan (inmigración-desarraigo, lucha por el sustento, convivencia forzosa de nacionalidades distintas, temor al desalojo y la falta de trabajo) también encontrarán su lugar en la literatura y el teatro.78

También es en este momento que empieza a sentirse a nivel local, las acciones del movimiento Reformista que propone mejorar las condiciones de vida de los sectores más postergados de la sociedad, no apelando argumentos ligados a la misericordia o la justicia, sino orientados a evitar las posibles consecuencias de una reacción violenta de
los que nada tienen, negando el carácter inevitable de la lucha de clases, y proponiendo entonces la posibilidad de construir una convivencia armoniosa entre el trabajo y el capital.

El Higienismo, por su parte, ya había difundido la creencia que el entorno físico es determinante no sólo de la salud de los hombres sino también de su conducta. Es por ello que el movimiento reformista, heredero de aquella concepción, considera que la intervención sobre el ambiente físico podría determinar cambios en el comportamiento social y moral de la clase obrera, sin descartar para este n la vía disciplinaria.

En el mismo sentido y desde una postura (que luego se denominaría “Doctrina Social de la Iglesia”) religiosa y no laica, sectores de poder ligados al catolicismo bregan por intervenir en la “cuestión social”. Vale recordar la importancia que tuvo la encíclica papal “Rerum Novarun” 79 promulgada por el Papa León XIII el 15 de mayo de 1891, donde por primera vez la Iglesia católica aborda la situación de la clase obrera.80

Dentro de este documento se evidencian algunos principios81 como el derecho a la propiedad privada y la limosna como deber cristiano. Por ende la “cuestión social” es entendida como una problemática factible de ser resuelta mediante la caridad, mientras que las diferencias sociales no deberían ser cuestionadas porque serían hechos naturales. De tal modo que la caridad cristiana debería practicarse para fomentar en los sectores bajos una también cristiana resignación.

Ya lo afirmaba Eduardo Wilde en 1878: “la existencia de jerarquías es condición del orden social; que la naturaleza de la fortuna está en la naturaleza de la vida de los pueblos”. 82

No es ajeno a estas ideas el pensamiento del diputado chileno Agustín Edwards:

“La estabilidad social depende de la sana, moral y legal constitución de la familia, base fundamental de toda sociedad, piedra angular en que descansa la paz social. El conventillo es el arma más tremenda que la sociedad esgrime contra su estabilidad, la familia no puede constituirse moralmente, no puede surgir sin que la clase obrera tenga habitaciones sanas e higiénicas. Si el interés privado puede hacerse oír en este recinto, permítaseme que diga que el interés privado de todos los capitalistas
( ) está en que se atienda las verdaderas necesidades del obrero para que éste, pueda conformarse con la suerte y la categoría que en el mundo le ha tocado, por ley natural.” 83

Años más tarde coincide con estas ideas Monseñor Miguel De Andrea al inaugurar un barrio obrero realizando por la filantropía católica: “A los que en la vida ha tocado luchar desde abajo hay que demostrarles que la desigualdad es la ley de la naturaleza, pero hay que probarles que los favorecidos por la fortuna se sienten solidarios con los que no la tienen”. 84

Paulatinamente la visibilidad y la gravedad de situación determinarán este cambio de actitud cuyo ejemplo más claro será la sanción de un conjunto de leyes que empezarán a ocuparse de la “cuestión obrera”. Dos hechos son significativos en este comienzo de siglo: la huelga general de 1902 y el estudio de Juan Bialet Massé sobre “El estado de las clases obreras argentinas” de 1904.

Por otra parte, las respuestas que van surgir en estos años con respecto a los reclamos sobre las condiciones de trabajo y de vivienda, oscilará entre el castigo (Ley 4144 de Residencia de 190285, Ley 7029 de Defensa Nacional de 1910), la regulación (proyecto de Ley de trabajo de Joaquín V. González de 190486) y la formulación de normativas que impliquen algún beneficio a los sectores más desfavorecidos. (Ley 4661 de descanso dominical de 190587 y Ley 5291 de 1907 Reglamentaria del trabajo de mujeres y menores).

El reformismo higienista contemplará entonces la vivienda como uno de sus objetos predilectos y 88 construirá primeramente un discurso sobre la “salud”

del hábitat que tendrá como sustento científico las teorías miasmáticas (aún cuando ellas hayan sido superadas), incluyendo como problema el hacinamiento de los conventillos, y las explicaciones circulatorias en las que se asociaba el contagio de enfermedades con el asoleamiento, y el movimiento del aire, del agua y de los residuos. Gradualmente, como señalamos, las preocupaciones de este movimiento se irán trasladando hacia temas morales y sociales: promiscuidad, alcoholismo, rol de la mujer en el hogar, abandono de la infancia, mejoramiento de la raza, etc.

Armaba entonces el médico higienista Emilio Coni en 1919:

“La ciudad del porvenir no conocerá ni conventillos, ni casas de inquilinato. Los poderes públicos y las empresas construirán casas y barrios obreros de una, dos, tres y cuatro piezas con sus servicios correspondientes. Entonces se habrá desterrado la contaminación física y moral en las viviendas de las clases trabajadoras. ( )

El obrero estará atraído por su vivienda higiénica y sonriente, y sus hijos no entrarán en la escuela del vicio, desde sus primeros años y la habitación colectiva no 89 quedará en la historia sino como recuerdo vergonzoso”.

Es interesante notar aquí una mirada que persistirá por décadas: Creer que modi car el aspecto más visible de la pobreza –la vivienda- hace desaparecer todas las otras cuestiones que definen una condición social baja.

Siguiendo una secuencia histórica respecto al marco legislativo, el 27 de septiembre de 1905 fue aprobada la ley No 4824, a propuesta del diputado Ignacio Irigoyen, que autorizaba a la Municipalidad a emitir títulos por 2 millones de pesos, destinados a un fondo para la construcción de casas obreras y a transferir terrenos del Estado a los municipios.

No obstante, antes que la mencionada ley diera algún fruto, afines de agosto de 1907 estalla la llamada “huelga de inquilinos”90. La misma tuvo lugar por el aumento del valor de los alquileres, originado a su vez en el anuncio por parte del gobierno municipal de una suba de impuestos que supuestamente se motivaba en los mayores costos de la ampliación de la infraestructura sanitaria91, coincidente a su vez -según Yujnovsky92 – con una corta recesión producto de malas cosechas y de las crisis de las bolsas de Nueva York y Londres.

1. (Ortiz, 1968) (Gutiérrez y Ortiz).
2. El Código Civil prohibía de manera explícita la subdivisión de la propiedad, por consiguiente, las viviendas de las “casas colectivas” sólo podían alquilarse. Recién en 1948 se sancionó la Ley de Propiedad Horizontal impulsada entre otros factores, por la caída de los niveles de habitabilidad de los nuevos edificios y por la paulatina pérdida de rentabilidad de las propiedades alquiladas.
3. No obstante vale recordar que el primer graduado en Arquitectura, Raymundo Batlle, presentó una tesis publicada en 1877 sobre “Habitaciones para obreros”, consignada en (Candiotti, 1920, P. 576) Ver también (Battle, 1983) (Selva, 1901) (Selva, 1904).
4. Entre 1880 y 1910 entraron al país unos 4.000.000 de inmigrantes, en su mayoría españoles e italianos, radicándose en Buenos Aires un 60 % de éstos. En 1914 el 30, 3 % de la población de Buenos Aires era extranjera. (Suriano, 1983, P. 7) 5 (Ballent, 2005, P. 41).
5. (Ballent, 2005, P. 41)
6. Liernur, (1993, 188) señala que 1871, después de la epidemia de fiebre amarilla, dos ingenieros (Casimir Chanoine y Alfredo Ebelo) presentaron a la municipalidad sendos proyectos de “villas para obreros”, que por falta de presupuesto (y voluntad) política) no se concretaron. Liernur (2000, P. 438) y Sánchez (2015, P.134-137) dan cuenta del proyecto de 1909 de C. Fernández Poblet y Alejandro Ortuzar para un barrio obrero aunque uno lo ubica en el Bajo Flores y la otra en La Tablada…
7. Más que una propuesta de renovación tipológica de la habitación obrera, los distintos proyectos de Buschiazzo proponían sólo una mejora de la calidad constructiva y de los servicios sanitarios de los ya clásicos conventillos y una reducción de las áreas comunes, de acuerdo con lo aconsejado por Guillermo Rawson. (Sánchez, 2006, P. 116) (Yujnovsky, 1974 b, P. 343).
8. Zona que correspondía a los “antiguos mataderos del norte”. (Viñuales, 1984, 426) (Shmidt, 1995) (Radovanovic – Russo, 1985) (Gutman-Hardoy, 2007, P. 117-119).
9. En realidad fueron ocupadas por empleados municipales de modestos ingresos (Batista, 1979, P. 28).
10. (Pagani, 2008, P. 43).
11. Según Schvazer (1981, P.8) el Censo Industrial de 1914 señalaba la existencia de 250000 establecimientos fabriles que daban trabajo a 242000 obreros.
12. Según el padrón municipal de 1919 funcionaban en la Capital Federal 2.470 conventillos en los que residían 148.393 personas, el 8 % de la población de ese distrito. (Schteingart y otros, 1974) Para Yujnovsky (1974, b) todavía en 1936 se registran 9.074 casas de inquilinato en una población de 242.255 habitantes, ocupando como promedio 2,58 personas por cuarto.
13. Para algunos, (Fernández, 1981) el apelativo “atorrante” utilizado para denotar a los desocupados, provenía de una supuesta marca A. Torrant que tendrían los caños del puerto de Buenos Aires aún en construcción, utilizados como albergue. Aunque, pareciera ser más probable, que la palabra provenga de “atorrar” deformación del verbo napolitano “torare”, empleado para de nir el letargo de los pescadores que esperan con parsimonia su presa.
14. Decía en 1931 Américo Ghioldi: “Es necesario recorrer los barrios apartados de la ciudad en días domingo y ver a hombres, mujeres y niños trabajando afanosamente en la construcción de una pobre habitación, una cocina y un w.c….” (Ghioldi, 1931).
15. (Torres, 2006) (Yujnovsky, 1974) (Liernur, 1984) (Liernur, 1986) (Liernur, 1999) 16. En (Gutiérrez-Gutman, 1988, 47).
17. (Viñuales, 1984)
18. (Armus, 1995).
19. (Wilde, 1885, P. 266-269) (Recalde, 1988, P. 140-141).
20. (Rawson 1891, P. 108) (Recalde, 1988, Págs. 143 –144) (Páez, 1970, P. 15).
21. (Engels, 1974, P. 344)
22. La ciudad de Buenos Aires también había sufrido brotes de fiebre amarilla en 1858, y de cólera en 1867/1868. 23. (Howlin, 2004).
24. (Paiva, 1996) (Paiva, 1999).
25. Ver motivos de desalojo o faltas para la habilitación de inquilinatos en Pagani (2007) Ver las mediciones de altura de las piezas de inquilinato como variable relevante a destacar en el Boletín del Departamento Nacional del Trabajo (BNDT No 15, 1910, P. 846- 952) (BNDT No 21, 1912 P. 409).
26. (Yujnovsky, 1974 b, P. 336).
27. (Selva, 1901, P. 103).
28. (Cirvini, 2004, P. 203).
29. En Brasil se lo llamó cortico; en Cuba ciudadela o cuartería; en Perú solar y en México Casa de vecindad.. 30. (Hidalgo Dattwyler, 2000).
31. Ordenanzas municipales prohibían expresamente lavar ropa en conventillos, no obstante esto se hacía, tal como consta en los dichos de Santiago de Estrada, quien describe al del patio de un inquilinato “cruzado por sogas en todas las direcciones” (Páez, 1970, P. 20) En 1905 el diputado socialista Alfredo Palacios presentó un proyecto de ley que establecía la prohibición de poner medidores de agua en los conventillos como deseaban algunos propietarios y caseros. Cabe aclarar que la ropa que se lavaba podía ser de la propia familia o para terceros, pago mediante.
32. Según Suriano (1983, P.11) “en 1904 el 22 % de los conventillos no poseían baños de ninguna clase”.
33. (Pagani, 2007).
34. Aparece en el periódico anarquista La Protesta humana del 18 de febrero de 1900 la siguiente descripción: “El trabajador que vive con sus hijos y su esposa en una triste y miserable choza, sin aire, sin sol; con el techo agujereado para que pase el agua durante la lluvia; sin patio porque éste siempre lo usa el patrón para hacer otro tugurio más para alquilar; sin baño, sin lo necesario para la limpieza, para la higiene privada”…
35. Ver asimismo el recorrido “virtual” que realiza Liernur por la Buenos Aires en la época de transición entre la “Gran Aldea” y la del centenario: “En la próxima cuadra, continuando hacia el Norte, se encontraba sobre Independencia una barraca con 20 habitaciones. Muchas casas entre Belgrano y Moreno tenían agregados precarios y acumulaban más de cuarenta habitaciones. ( ) Ahí nomás, en Santiago de Estero y Salta, podía verse un conventillo «de chapa» con 32 habitaciones propiedad de los Lanús.” (Liernur, 1993, P. 181-182).
36. (Suriano, 1983).
37. (Engels, 1978).
38. Señala Suriano (1983) que algunas veces dos matrimonios jóvenes compartían la habitación por razones económicas. Suriano, 1983, P. 9).
9. (Korn – De la Torre, 1985, P. 250). 40. (Lecuona, 1993).
41. (Armus, Hardoy, 1990, P. 155-193).
42. (Aboy, 2008).
43. (Suriano, 1983, P. 8).
44. (Suriano, 1983, P. 54).
45. (Korn – De la Torre, 1985, P. 255-256).
46. Práctica frecuente en la Europa campesina (Sainz de la H., 2002).
47. En el Hotel de Inmigrantes se le enseñaba a los recién llegados, además de una breve introducción nacional, a emplear herramientas tecnológicas avanzadas para el campo y a utilizar servicios sanitarios modernos.
48. En el modelo de vivienda “ultrabarata” de Rafael de la Hoz, propuesta en 1953 en España no se incluye baños… (de la Hoz – García de Paredes, 1953) (Rabasco Pozuelo, 2011).
49. (Korn de la Torre, 1985) Según el Reglamento de Construcciones de casas de vecindad y conventillos de 1908. 50. (Gutman. 1999).
51. Ver referencia elíptica a este barrio en Medhurst-Thomas (1924, 138): “esa horrible colección de cajas cuadradas, en la, en el mejor de los casos hechas de mampostería y en el peor, de latas de toda clase, desde sardinas hasta las de kerosene”.
52. (Liernur, 1984, P.116).
53. En el Boletín del Departamento Nacional del Trabajo de 1912 se consignan los valores de piezas de inquilinato en los diferentes barrios de la ciudad, incluyendo las parroquias del Pilar y del Socorro. (BDNT No 21 de 1912. P. 402-404).
54. (Gaché, 1900).
55. Favorecido por los Códigos de Edi cación que permitían construir en altura. Ver alegato del Diputado Enrique Dickman en el debate de la Ley de Casas Baratas, 3 de septiembre de 1915, Cámara de Diputados de la Nación, P. 191.
56. Yujnovsky (1974 b) consigna el aumento progresivo de la altura de la edi cación de Buenos Aires, que se correspondería con esta densi cación de las áreas centrales.
57. (Suriano, 1983, 51) (Acosta, 1934).
58. “Cada año se construyen nuevas casas en el lugar de los viejos conventillos, pero el resultado es más bien negativo para el proletariado, porque las nuevas viviendas se destinan a la clase media y están fuera del alcance económico de las familias obreras. ( )La nueva edi cación de tipo corriente no resuelve la crisis y se resume en el desplazamiento paulatino del proletariado hacia los límites de la urbe”. (Acosta, 1934 a, P. 42).
59. (Korn – De La Torre, 1985).
60. (Gutiérrez- Gutman, 1988, P. 16).
61. Según Yujnovsky (1974, b, P. 358)
62. Revista Nuestra Arquitectura No 48 de julio de 1933, P. 403.
63. (Cibils, 1911, P. 87).

64. (Wilde, 1895, p. 29-30)

65. Cuando Eduardo Wilde decía este discurso, en muchos conventillos el agua era un bien más que escaso, provista por aguateros que la traían en carros. Recordemos que en 1875 sólo el 13% de la población de Buenos Aires tenía agua potable, aunque en años posteriores esto empezaría a corregirse (Yunovsky, 1974 b, 358).
66. (Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, 1934).
67. Recordemos que su primera presidencia da un cierto impulso a las obras de la Comisión Nacional de Casas Baratas: En 1919: Conjunto “Valentín Alsina”; 1921: Barrio “Juan Caferata” y 1922 Casa “Bernardino Rivadavia”.
68. (Del Mazo, 1984, P. 102).
69. (Comisión Nacional de Casas Baratas, 1939, P. 235).
70. (Lecuona, 1993, P. 121).
71. (Sánchez, 2007, P. 109).
72. Citado por Ballent (1990)
73. Un enigmático C.S.S. afirma en 1933: “Las campañas fomentando la adquisición de la casa propia han inspirado a comprarla a muchos que nunca debieron hacerlo y no lo hubieran hecho si hubieran comprendido lo que emprendían” (C.S.S., 1933, P. 111).
74. Este ideal perdura hasta nuestros días. Cuando sectores populares reclaman vivienda, no piden sólo mejores condiciones de alojamiento, claman además la propiedad de la misma. Esto no ocurre, por ejemplo, en Europa.
75. (Liernur, 1984, P.108-109).
76. El periódico anarquista La protesta del 4 de octubre de 1907, P. 1, durante la “huelga de inquilinos” exclama: “¿Casas para obreros! Nos gritan ahora ¿Cómo si los obreros necesitaran tutores que les hicieran casas como a las bestias les hacen galpones o cabañas!. Pillos o desvergonzados, hablan de esto con un desparpajo que haría reír si no diera asco.” Citado por Suriano (1983, P. 71).
77. “Y la utopía burguesa y pequeño burguesa de proporcionar a cada obrero una casita en propiedad y encadenarle así a su capitalista de una manera semifeudal, adquiere ahora un aspecto completamente distinto”. (Engels, 1974, P. 323).
78. El desalojo (1906) de Florencio Sánchez; El conventillo (1917) de Luis Pascarella; El conventillo de la Paloma (1929) de Alberto Vacarezza.
79. http://www.vatican.va/holy_father/leo_xiii/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_15051891_rerum-novarum_sp.html.
80. La Federación de Círculos Católicos de Obreros fue fundada por el R. P. Federico Grote, para dar vida en tierra argentina al pensamiento luminoso de la Encíclica Rerum Novarum de S. S. León XIII.
81. Reconocidos por Gramsci según Pronko (2003, P. 30).

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