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Se mezclaron, se acriollaron y se presume que algunos castellanizaron sus apellidos.

A fines del siglo XIX, una gran ola inmigratoria arribó al Río de la Plata. Nuestro país, después de la batalla de Caseros y de la consolidación de su territorio, comenzó a recibir a “hombres de buena voluntad” que, buscaron en el lejano sur de América un futuro diferente al que podían lograr en sus tierras natales.

Con el paso del tiempo seguimos siendo un país receptor, pero el movimiento migratorio ha cambiado, y también han variado las cifras y el origen de los emigrantes hacia la Argentina.

Los irlandeses fueron parte de aquellos primeros inmigrantes que llegaron al Plata. La integración a nuestra sociedad tiene características particulares, diferentes a los aportes de lo que se llamó: “la gran inmigración”.

Tim Fanning dice en el libro Paisanos : “Desde el siglo XVI, cuando los monarcas españoles habían asumido por primera vez el sayo de líderes de la Contrarreforma y habían extendido su protección a los católicos que huían de la persecución religiosa de otras partes de Europa, los irlandeses buscaron refugio en España”. Durante la dominación española, junto a los peninsulares, arribaron irlandeses que, generalmente por cuestiones religiosas, se habían establecido en España. El “Acta de unión” con Gran Bretaña firmada en 1801, así como la difícil situación económica de Irlanda, generaron las condiciones para emigrar. A esto hay que sumarle las noticias sobre la creciente prosperidad de los irlandeses que vivían en el Río de la Plata. Según Eduardo A. Coghlan, “la colectividad (irlandesa) es la más antigua del país después de la escocesa”.

A diferencia de otras colectividades, los irlandeses no dejaron su patria para establecerse de manera “masiva”. En general, las causas de su partida fueron los vaivenes de las condiciones sociales y políticas imperantes en su país de origen. También tuvieron un motivo diferente -como ya señalamos- que fue su devoción religiosa, y por un simple espíritu de aventura. Hasta 1810, se considera que llegaron a nuestro país alrededor de 500 irlandeses incluidos los prisioneros de las Invasiones Inglesas. Estos últimos perdieron todo contacto con su país de origen en un altísimo porcentaje. Se mezclaron, se acriollaron y se presume que algunos castellanizaron sus apellidos.

La primera empresa colonizadora fue el establecimiento de 200 personas desde Escocia, en el sur de la ciudad de Buenos Aires. Los irlandeses protagonizaron el segundo intento, en 1828. El Gral. John Thomond O’Brien proponía traer “200 jóvenes irlandeses trabajadores y honestos” para formar una colonia agrícola. Ante la indiferencia del gobierno inglés, el proyecto fracasó.

Los ingresos registrados entre 1822 y 1880, suman 5.300, pero se estima que en realidad llegaron alrededor de 10.000. Los primeros colonos irlandeses arribaron en forma espontánea a nuestras tierras y formaron una colectividad. De esta primera época debemos recordar entre otros a:

I Padre Thomas Fields, natural de Limerick, precursor en el siglo XVIII de las misiones jesuíticas.

I Dr. Thomas Falkner, que llegó a Buenos aires en 1730, durante muchos años fue misionero en nuestra Patagonia, después de haberse convertido en jesuita.

I Dr. Michael O’Gorman, enviado por el gobierno español y que fundó en 1779 la Escuela del Protomedicato en Buenos Aires.

I Patrick Sarsfield, abuelo del Dr. Dalmacio Vélez Sarsfield.

I Almirante William Brown, héroe de la guerra de la Independencia, y de la Guerra del Brasil. Fue gobernador interino de Buenos Aires. Es considerado el “Padre de la Patria en el mar” ya que fundó la Armada Argentina.

I Gral. John Thomond O`Brien, ayudante del Gral. San Martín.

I Peter Campbell, ex prisionero de las Invasiones Inglesas, lugarteniente de Artigas, fundador de la Armada del Uruguay.

I Domingo French, descendiente de irlandeses, cabildante de Buenos Aires, de actuación en las gestas de 1806, 1807, en Mayo de 1810 y en el proceso independentista.

La gran hambruna.

La población de Irlanda en 1840 estaba constituida por una mayoría de campesinos no propietarios que vivía en condiciones de extrema pobreza. La papa era el único alimento del 30% de la población y el ingrediente principal en la dieta de muchos más. En esa época se produjo el ataque del hongo phytopthora infestans en las plantaciones de papas, que tuvo efectos mucho más devastadores en Irlanda que en otros países. A pesar de la hambruna, Irlanda continuó exportando otros alimentos. En 1845 fracasó el 40% de la cosecha. En el invierno de 1846 a 1847 las consecuencias estaban a la vista: epidemias de tifus exantemático, fiebre recurrente y disentería bacteriana. Las epidemias provocaron un éxodo masivo hacia Canadá y los Estados Unidos. Unos pocos de esos emigrantes vinieron a la Argentina. Entre 1850 y 1900 abandonaron Irlanda, en total, algo menos de 3.800.000 de personas.

Después de la hambruna, el nacionalismo irlandés se orientó a luchar por la separación total de Inglaterra. Contó con el apoyo político y económico de los emigrados. En 1921, Irlanda se convirtió en un estado libre del Commonwealth británico: en 1937 adquirió independencia total y en 1949 se transformó en República.

La colectividad irlandesa.

“Después de viajes de tres a seis meses de navegación habían traído como único tesoro el brillante color de sus ojos claros, la tez blanca y el cabello rubio. Se decía entonces que eran alegres, locuaces, llenos de ansias de vivir y fuertes como robles y de muy larga vida. Traían una fe: la religión católica; un santo: San Patricio; un símbolo: la hoja de trébol; una danza: el Jig”. (Alfredo Casey).

En general no tenían grandes recursos económicos, pero algunos habían llegado con ahorros que les permitieron comprar tierras. Contaban con otro bagaje importante, que no era sólo su espíritu de trabajo. Antes de Caseros, los irlandeses solían venir solos y tenían una profesión: eran zanjeadores o armaban los corrales con el palo a pique.

Posteriormente, como los irlandeses conocían todos los secretos de la cría del ganado ovino, secretos que sólo en estas latitudes poseían los vascos. Se dedicaron a la cría, al mejoramiento y explotación de las ovejas. Así fue cómo, en general, se consolidaron dentro de la sociedad argentina y diversificaron sus actividades. Se dedicaron después a la cría de ganado vacuno y a la agricultura, cuando se producía la gran “revolución verde” en nuestra historia nacional.

Una vez que los irlandeses formaron su colectividad, procuraron la venida a la Argentina de religiosos irlandeses, tanto varones como mujeres. Estos establecieron escuelas para la educación de sus hijos, hospitales para la atención de sus enfermos y ancianos desvalidos o entidades de carácter social.

Hacia 1843, el arzobispo de Dublín, Mons. Murray, designó al asesor espiritual del Alte. Brown, el padre Anthony Fahy, como su delegado. A él mucho le deben los inmigrantes irlandeses. Llegó en 1844 y además de brindar asistencia espiritual, los orientaba en los difíciles momentos de la inserción y del arraigo en esta patria, a la que habían apostado su futuro. Fahy mismo decía: “yo soy cónsul, jefe de correos, juez, pastor, intérprete y proveedor de trabajo para toda esta gente”. El 20 de febrero de 1871 fallece el padre Fahy a causa de la fiebre amarilla.

Después de Caseros, los irlandeses que venían con algún capital, negociaban con el Estado para comprar tierras en la frontera con el indio. Se ve claramente cómo contribuyeron al progreso.

En 1890, un gran contingente de familias irlandesas llegó en plena crisis político-económica, a pesar de los intentos de los residentes en Argentina de evitar este arribo. En 1889 los agentes Buckley O´Meara y John Stephen Dillon habían enviado 1774 emigrantes en el vapor “Dresden”, donde sufrieron hacinamiento y falta de atención y asistencia a los pasajeros. Muchos murieron debido a las condiciones del viaje o al llegar a Buenos Aires, donde se encontraron con que el hotel de inmigrantes estaba completo y fueron derivados a Bahía Blanca. En síntesis fue una serie de desaciertos, que dañó profundamente al grupo que vino. De esta difícil situación quedó un saldo de muerte y dolor. Muchos niños quedaron huérfanos y surgieron dentro de la colectividad instituciones que le dieron protección. Para ese entonces ya existía la Asociación Católica Irlandesa (fundada en 1883) que administraba el Orfanato Irlandés, el hospital y los colegios, así como las donaciones o legados de la comunidad. Y la Asociación Señoras de  San José, fundado en 1891. La mayoría de las instituciones ubicadas en los principales centros de su radicación, siguen todavía actuando.

Conclusión.

Los irlandeses nativos, según Eduardo A. Coghlan, a comienzos del siglo XX sumaban en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires un total de 16.284 personas, de las cuales solamente 4.693 eran nacidos en Irlanda, o sea un 28,8%; mientras que los nacidos en la Argentina alcanzaban a 11.591 individuos, es decir que representaban el 71,2%.

Quienes vinieron de Irlanda movidos por motivos religiosos, profesionales, políticos o económicos formaron aquí su familia, y sus nombres se han perpetuado a través de sus descendientes en todos los campos del quehacer nacional. Es destacable el aporte irlandés a nuestro país, a nuestro ser argentino, que ha resultado ser más grande de lo que permitía suponer una pequeña cantidad de inmigrantes. Hoy nuestra identidad reconoce rasgos, herencia que todos compartimos, de los no tan lejanos ni ajenos, Hijos de Eire. La República Argentina es el hogar de la quinta comunidad irlandesa más grande del mundo y la mayor en un país de habla no inglesa.

 

Nélida Rosa Pareja
Historiadora, escritora y docente universitaria
Presidenta de la Junta Central de Estudios Históricos de la Ciudad de Buenos Aires

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