
Somos hijos de Patrick Rice. El era irlandés. Ya mi nombre Amy -como mi abuela paterna- marca que la presencia de Irlanda siempre fue importante, desde la cuna. Raro explicar en nuestra escuela que nuestros orígenes eran de un lugar muy lejano y no muy común, cuando todos vienen de italianos y españoles, algunos de alemanes, etc. Y que Rice es “arroz” en español. Esa impronta también nos marcó. Desde chicos pudimos viajar a Irlanda varias veces. Algo que siempre recordamos son los olores de allá, la casa de nuestro abuelo, a nuestros primos. Hay una distancia pero los sentimos muy cerca.
Nuestro papá era cura y vino en los 70 a la Argentina. Quien sería nuestra mamá vino de Tucumán a la Villa 31 y luego a Soldati donde se conocieron, los dos hacían actividades sociales ahí. En octubre del 76 fueron secuestrados y llevados a un centro clandestino de detención. Pasaron unos días y debido a la intervención de la Embajada de Irlanda, lo legalizaron, lo llevaron a la cárcel de La Plata, y al poco tiempo fue expulsado del país. Se salvaron gracias a Irlanda.
Cuando se reencuentra con nuestra mamá comienza una nueva etapa, deciden formar familia y, viviendo en Venezuela, nacimos nosotros dos y ya en Argentina nació nuestra hermana Blanca. Crecimos en Monte Grande en una casa con un toque irlandés porque había pinos y tenía una chimenea. Mi papá decidió vivir acá y no nacionalizarse irlandés pero él sabía que Irlanda era la nación que lo había salvado de alguna manera en esa dictadura cívico militar.
Él nos contaba historias, muchas de miedo y algunas fantásticas. Irlanda tiene mucho eso de la fantasía y las creencias, por algo están los duendes. El verde, la lluvia constante y el arco iris que sale siempre, por todos lados. Es ahí, de verlos, cuando uno entiende que esas historias vienen inspiradas por lo paisajístico. Mi papá, como todo irlandés, era un amante del deporte, también por la televisión, yo miré con él mucha Fórmula 1, rugby y le encantaba el fútbol.
Nosotros de chicos desayunábamos avena y nos encantaba, eso es una costumbre del irlandés de campo, cosa que nuestros amigos nos miraban raro y decían que eso era comida de viejas, no sé, pero a nosotros nos encanta. Como el pan irlandés a base de leche, es muy rico, y muy fácil de hacer. Carlitos se trajo recetas e ingredientes especiales y por suerte lo sigue haciendo. El té también es algo fundamental, todos tenemos té en nuestras casas y es algo distintivo, todo conocido o familiar que viaje para allá tiene que traernos té.
Para San Patricio nos juntamos con primos y amigos que tienen familia irlandesa en nuestras casas, no en los pubs ni en las fiestas en la calle. Lo hacemos más íntimo. Alquilamos una choppera y comemos juntos.
Nuestro papá hablaba en español y se notaba que era extranjero, lo irlandés se nota. Nosotros teníamos un perro cocker y una vez lo llamé en inglés ante mis amigos. Y me preguntaron entre risas “¿Qué, habla inglés el perro?”, eso siempre fue gracioso. Quizás era la forma en que más nos entendía y con mi papá que lo sacaba a pasear también.
Patricio falleció en el 2010 y vinieron muchos familiares de Irlanda. Y en la iglesia de Santa Cruz, que tiene mucho que ver con él y con los movimientos de Derechos Humanos, se hizo una celebración ecuménica, con gaitas en el cementerio y al otro día decidimos ir a un Pub como en Irlanda. Fue una despedida que da cuenta de esas diferentes identidades suyas que son todas parte de la misma y que naturalmente se cruzaron en su vida.
El duelo va acompañado también con catarsis, memoria y afecto. Recordamos como nuestra tía irlandesa contó cosas que antes no podríamos haber sabido y con traductor de por medio haciendo una declaración de afecto a nuestra mamá. Nosotros vivimos aprendiendo a pelear en la vida, el ejemplo de nuestros padres que pasaron el terrorismo de Estado. Apostar a la vida fue algo importante en nuestra familia después de esos sucesos.