
Mis dos viejos eran armenios. Mi papá nació en Egipto y llegó a la Argentina con 16 años. Mi mamá nació en una hermosa isla griega y vino durante la Segunda Guerra. Toda mi escolaridad la hice en una escuela armenia de Valentín Alsina, partido de Lanús, a la que iba desde el barrio de Devoto. Salvo cuando iba a jugar a la plaza, solo hablaba armenio. Recuerdo estar en las hamacas y no entender lo que decían los otros chicos. Halaba mal el español, o directamente no hablaba.
A los 7 u 8 años entendí qué era ser armenio con Karadagian, porque era como yo y estaba en la tele. Recuerdo estar armando la bandera armenia con los Mil Ladrillos y querer llevársela al canal donde peleaban para mostrarle que era armenio como él. Mi conexión con lo no armenio eran mis amigos del barrio, el negocio de mi mamá y, más tarde, el periodismo. Me sentí argentino cuando empecé a militar. A mis 15 años empecé a participar de reuniones sobre temas históricos para procesar lo político. Ahí tomé conciencia política, algo que me marcó la vida. Tomé el tema del Genocidio Armenio como un tema de lucha por los Derechos Humanos, lo que me abrió otro panorama de las cosas. Siempre fui inquieto por encontrar fuentes distintas a lo establecido. En el 82 leía textos o noticias que venían de afuera y que hablaban de la guerra de Malvinas con una versión totalmente distinta a lo que decían los medios argentinos. El 30 de marzo del mismo año había sido la histórica movilización de la CGT a la Plaza de Mayo, de la que participé como observador ya que pasaba circunstancialmente por la zona. Vi la feroz represión con mis ojos de adolescente que creció en dictadura. Tres días después, el 2 de abril y el fervor popular en la misma plaza. Imposible no cuestionarme y no involucrarme. En los albores de la primavera democrática participé en cuanta manifestación pude, como uno más o bien ya como periodista. Fui dirigente de una organización juvenil armenia y traté siempre de vincularla e integrarla a la realidad nacional y desde allí los reclamos armenios.
Pensando sobre la identidad, creo que los armenios empezaron a sentirse argentinos cuando empezaron a tomar mate. Es una imagen simple pero que dice mucho. Yo no necesité sentirme argentino porque supe, desde mi adolescencia, que soy argentino de origen armenio, no tengo una dualidad en ese tema.
© “Armenios en la Ciudad de Buenos Aires” de Carlos Iglesias – Rumbo Sur, 2018.