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Alguna vez, inclusive, pensé en cambiarme el apellido, a mí me encantaría cambiarme el apellido o tatuarme el Terzibachian. Hasta eso llegué a pensar, y eso que yo detesto los tatuajes. Pero en un momento sentí una necesidad muy fuerte de que el “ian” me atravesara el cuerpo, descubrir de algún modo mi verdadera identidad.

Mi papá, José Félix Tarzibachi, es cardiólogo; el primer profesional de su familia. Yo siempre digo que es un médico del corazón, porque hace mucho más que diagnósticos cardiológicos con sus pacientes. Es una persona muy amorosa y, de ese mismo modo, trató de preservar el certificado de identidad que le dio mi abuelo Karim, y que mi padre me entregó a mí no hace mucho como bella herencia. En esos certificados dice con claridad que el nombre completo de mi abuelo era Kerim Terzibachian, de origen armenio.

Ese documento fue revelador porque toda la vida me habían dicho que éramos árabes. En mi familia siempre estuvo presente la comida árabe, que en realidad es muy similar a la armenia. Mi abuela Enriqueta, esposa de Karim, hacía baklava, le enseñó a mi mamá cómo hacer el keppe, y a mí me encanta comer y cocinar. Entre que me decían que creían que eramos árabes, la presencia de esa cocina y encima yo tengo ojos almendrados bastante grandes, todos me decían “sí, sos árabe”. Ahora que lo pienso, la pregunta por mi identidad siempre me quemó, desde que soy chica. Algo no me cerraba.

Cuando iba a la escuela primaria pronunciaban mi apellido como Tarzibaqui, como italiano, entonces empecé a preguntarme, ¿tendré descendencia italiana? Cuando les preguntaba a los adultos por nuestros orígenes, todas las respuestas eran confusas. El relato era que éramos árabes, que habíamos venido de Siria y había una fotito que dice que están en Aleppo, pero que en realidad fue hecha en un estudio de fotografía armenio en Aleppo.

En la generación de papá nadie pareció querer saber con mucha claridad sobre nuestros orígenes, o al menos él no quiso confirmar su origen. ¿Tal vez por el dolor que produce haber vivido un genocidio? Son todas hipótesis. Yo creo que la última dictadura cívico militar en Argentina tuvo un efecto de duplicación de ese dolor, si bien en la familia no hubo ningún desaparecido, creo que todos desaparecimos de algún modo en nuestras biografías. Creo que en análisis me empecé a dar cuenta que mi padre tiene una cuestión muy llamativa con la amorosidad hacia los otros y con la reparación de cosas, su casa o donde sea que él vaya, si hay una cosa rota, él quiere ayudarte para que eso esté bien. Es una rasgo muy hermoso de mi papá. Ahí me empecé a dar cuenta que había una herida, y cuando empecé a entender ese dolor, en clave de pensar de dónde viene este hombre, me pareció también que había algo más.

Cuando me encontré con ese documento donde estaba el “ian” recortado de mi apellido, cada vez fue cobrando más fuerza desde una cuestión vivencial, de certeza de que sí, tenemos descendencia armenia. Alguna vez, inclusive, pensé en cambiarme el apellido, a mí me encantaría cambiarme el apellido o tatuarme el Terzibachian. Hasta eso llegué a pensar, y eso que yo detesto los tatuajes. Pero en un momento sentí una necesidad muy fuerte de que el “ian” me atravesara el cuerpo, descubrir de algún modo mi verdadera identidad.

© “Armenios en la Ciudad de Buenos Aires” de Carlos Iglesias –  Rumbo Sur, 2018.

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