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Pablo Ramos Liliana Heker / Una foto de la infancia

PABLO RAMOS
Avellaneda, Buenos Aires (1966)

Ese cumpleaños mi papá estaba de viaje, varado en Ushuaia. Mi mamá estaba embarazada de mi hermano. En mi casa no había cámara. Durante toda mi infancia venía “el hombre de la cámara”, un tipo muy raro, alto y flaco que fumaba mucho. Algunas fotos salían con humo pero nadie se atrevía a decírselo. Me acuerdo que se metía al baño y tardaba mucho, y cuando salía todos nos dábamos cuenta de que se había puesto la colonia de mi papá.

“Escribo buscando la aprobación de mi padre que vivió buscando el perdón de su padre”

Escribo sobre mi padre. Sobre la muralla de su descomunal miedo a amar. Después de leer una de mis novelas, mi madre me dijo: “Solamente puede escribir un libro así alguien que amó mucho a su padre”. Mi papá tenía un taller mecánico y arreglaba todo. Viajaba mucho y viví toda la vida odiándolo un poco porque mi madre lo odiaba cuando no estaba. Mi mamá me decía “mi compañía sos vos”, pero cuando mi papá tocaba la bocina salía corriendo. Empecé a escribir en serio a los 35 años. Me puse a contar mi historia y lo único que hice fue cambiar mi historia para siempre. En esa época vivía en una pensión y ya pensaba que no iba a salir nunca, ni de la pensión ni de esa vida que llevaba, que no era para nada gris, pero era desconocida a los ojos de los demás. Cuando me puse a escribir, terminé sacando a la luz algo que yo ya era, un escritor. Me gano la vida con mis defectos de carácter. Me sentí escritor el día en que pude poner un oficio en el formulario de un hotel. Profesión… ¿cuentapropista? ¿electricista? Un día sucedió: Escritor. Lo puse prolijo, me acuerdo. Tenía 39 años.

Firma Pablo Ramos
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