






FERNANDA GARCÍA LAO
Mendoza (1966)
Yo me moría por actuar desde chiquita, y en el jardín no me habían seleccionado para ese acto, pero yo dije en mi casa que sí. Mi madre me preparó un disfraz. Cuando llegamos a la escuela la señorita dice: “pero Fernanda no actúa este año” y yo con cara de póker. Y bueno, les di pena y me pusieron en el escenario. Siempre me acuerdo de ese descaro, de sostener la ficción hasta el último instante, algo que suelo hacer, primero en la vida, y luego, en la escritura.
“No pensaba que mi escritura le interesara a nadie. Era algo para mí, una necesidad realmente vital, porque era donde yo hacía ancla”
Supongo que las voces que aparecen en mi escritura tienen esa libertad como entre lo onírico y el escapismo o el desvío del lenguaje tradicional. Y que yo ya vengo extrañada por la lengua. Pero nunca le presté atención a la escritura en términos de carrera ni de proyección que no fuera como poner en cuestión el lenguaje, así que seguí haciendo teatro mucho tiempo. Yo tenía predisposición a la ficción y al invento: El invento de ese objeto escrito, el invento de cuentos que yo me hacía a mí misma. Con mis hermanas jugábamos a hacer la representación de obras que escribíamos entre todas, había como una cosa contagiosa en torno a la escritura y a la puesta en es- cena y a la estética, y a lo estético de la palabra. Nunca me senté a escribir pensando: “Bueno, primero es el tema”. Me parece que hay otra vitalidad en la escritura que yo pretendo, y que soy un poco tomada también por la escritura. Necesito primero que aparezca algo más grande que yo, que no sienta que yo lo he creado, sino que venga de algún lugar.
