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Proyectos separatistas, disparatadas cofradías, desfiles con máscaras y exuberantes atuendos, fiestas callejeras, artistas y vecinos comprometidos con la construcción de una colorida cultura local, con el progreso de un barrio fundado en la mezcla, en los cruces  de costumbres, en quimeras o visiones que atravesaron el océano. Nobles ideas con apoyo colectivo que se sostuvieron durante décadas. La Boca, un sitio en la ciudad en donde la locura pareciera ser un estado general, una forma de conquistar sueños, una política de vida comunitaria.

Se sabe, no hay un límite preciso entre la locura y la normalidad. Pero qué queremos decir cuando hablamos de “locura”. En términos generales, una persona que habita en la locura, un loco, es un espíritu subversivo o transgresor, alguien que actúa de un modo no habitual, que incomoda. Si lo pensamos un instante, esta descripción se parece bastante a la de casi cualquier artista. Es el modo que compartían los vecinos del barrio de La Boca –artistas o no- a comienzos del siglo XX, hasta volverla una marca, una identidad.

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Quinquela Martín es el pintor más popular de la Argentina. Su vida y su obra armaron una leyenda que trascendió hasta aquellos estratos sociales que no frecuentan museos ni exposiciones. El trazo grueso de su biografía nos pintaría una secuencia de folletín, por otra parte muy acorde con el barrio: el expósito que se sobrepone a la adversidad, triunfa y generosamente no olvida sus orígenes. Sin embargo, detrás de los clisés y las simplificaciones existe una vida apasionante y la construcción de una obra cuyo vigor y personalidad lograron un lugar indiscutido en la plástica nacional y en el reconocimiento internacional.
La infancia de Quinquela Martín, sus circunstancias podrían ejemplificarse muy bien con la estética de las películas de Chaplin: esas tragicomedias que nos dejan pasmados por su poder de conmover. Nacido probablemente el 1° de marzo de 1890, fue el 21 de marzo de ese año, con unas semanas de vida, abandonado en las puertas de la Casa Cuna.
Lo curioso es que el bebé estaba envuelto en ropas finas y llevaba pañales de seda. Abrochado a la manta que lo envolvía había un papel que decía: “Este niño ha sido bautizado y se llama Benito Juan Martín”.

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