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Este libro ofrece un pequeño racconto de su increíble vida artística, que explica desde sus inicios el inclaudicable compromiso con sus orígenes, con un barrio obrero que tenía el arte como parte de su ideario social. Una grata forma de asomarse a ese país de sueños, de inmigrantes, de rebeldía. Espacios de encuentro donde conoció a sus amigos y a su maestro, apasionante camino hasta sus primeras muestras. Una producción profusa que no supo de egoísmos y que llegó a los más disímiles y recónditos lugares. Una sucesión de viajes exponiendo en los museos más importantes del mundo, con ricas anécdotas que dan cuenta del enorme reconocimiento que tuvo como artista de su tiempo. Y cuando la mayoría soltaría amarras hacia el encumbramiento personal, Quinquela fue fiel a su sueño y usó su arte para crecer junto a su barrio. “Me parece que estoy metido en mis cuadros y amarrado a los muelles de La Boca, como los barcos que tantas veces descargué antes de trasladarlos a mis telas pintadas, a mis decoraciones murales, a mis cerámicas y grabados. Más amarrado aún que los barcos, que vienen y se van, a veces para no volver. Yo en cambio, volví siempre al punto de partida. Y cada vez que partí llevé conmigo la imagen de mi barrio, que fui mostrando y dejando en las ciudades del mundo. Fuí así como un viajero que viajara con su barrio a cuestas.” Un carbonero, un pintor, que se hizo uno con La Boca para siempre.

ASOCIACIÓN CIVIL RUMBO SUR

Particularmente en estos tiempos, cuando nuestro campo artístico se esfuerza por participar activamente en los principales escenarios globales, cabría evocar una vez más el rumbo oportunamente señalado por Quinquela Martín. Porque en la segunda década del siglo XX, el artista boquense supo lograr en las grandes capitales culturales de occidente una aceptación hasta entonces inédita para un artista nacional. Y tal aceptación fue obtenida gracias a un plantarse en el mundo (es decir, en el arte) tan sabio y profundo como infrecuente: el artista iba a nutrir las raíces de su obra con la historia, presente y paisaje de su comunidad. En tiempos culturales excitados por la vertiginosa sucesión de las vanguardias artísticas europeas, Quinquela no viajaba al exterior buscando importar aquellas novedades, sino para presentarse como humilde y orgulloso embajador de su aldea. Aportaba así algo diverso, y, por ello realmente novedoso. Establecía un diálogo entre pares, que significaba un siempre bienvenido aporte a la diversidad. Y si bien sus obras supieron abrirse caminos que posicionaron al artista boquense como ineludible referencia de nuestra identidad cultural, no siempre la crítica especializada o los relatos historiográficos se han detenido suficientemente en una producción que sigue desafiando unos cuantos supuestos establecidos. Prácticamente desde sus inicios en el arte, Quinquela comprendió que la absoluta identificación y compromiso de su pintura con el contexto periférico que representaba, le acarrearía no pocas dificultades a la hora de ver legitimadas sus obras por las instancias centrales de nuestro campo social y cultural.

 

En sus años juveniles, Benito Quinquela Martín estuvo vinculado a los artistas que más tarde, en los años 20, se conocerán como los Artistas del Pueblo. Iniciará, así, una amistad que —con algunos— durará toda la vida. En la década de 1910, estos artistas, José Arato, Guillermo Facio Hebequer, Abraham Vigo, Agustín Riganelli y Adolfo Bellocq, se reunían en dos talleres ubicados en el vecino barrio de Barracas, razón por la que entonces se los conocía como la “Escuela de Barracas”. Estos artistas de Barracas y los de la Vuelta de Rocha tenían muchas cosas en común, provenían de familias de la clase trabajadora y adherían a los ideales políticos que entonces proclamaba el anarquismo. Esas ideas ácratas pueden explicar por qué ambos grupos de artistas realizan, además de su obra artística, intervenciones, “acciones directas”, en el naciente campo artístico porteño. La primera de estas acciones antiacadémicas tuvo lugar a solo tres años de instaurarse el primer Salón Nacional de Bellas Artes, en octubre de 1914. En esa oportunidad, un numeroso grupo de artistas rechazados del Salón por la Comisión Nacional de Bellas Artes exhibe sus obras en el pequeño salón de la Cooperativa Artística con el objetivo de cuestionar la autoridad de esa comisión.

Si bien Quinquela es uno de los indiscutidos íconos populares del arte argentino, durante su carrera no fue siempre bien considerado. Una fracción del campo plástico, tanto de la crítica especializada como de sus mismos colegas, tomó la decisión de marginarlo echando mano de distintos argumentos que calaron hondo en la conciencia de muchos. Las razones de esa operación, aún vigente, son variadas y trataremos de desmenuzarlas en las siguientes líneas.

La primera, sobre la que se fundamentan todas las demás, es que Quinquela no fue formado en la Academia, esto es, en ningún tipo de institución artística normativa que imponga una capacitación graduada y reglamentada.

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