
Particularmente en estos tiempos, cuando nuestro campo artístico se esfuerza por participar activamente en los principales escenarios globales, cabría evocar una vez más el rumbo oportunamente señalado por Quinquela Martín. Porque en la segunda década del siglo XX, el
artista boquense supo lograr en las grandes capitales culturales de occidente una aceptación hasta entonces inédita para un artista nacional. Y tal aceptación fue obtenida gracias a un plantarse en el mundo (es decir, en el arte) tan sabio y profundo como infrecuente: el artista iba a nutrir las raíces de su obra con la historia, presente y paisaje de su comunidad.
En tiempos culturales excitados por la vertiginosa sucesión de las vanguardias artísticas europeas,
Quinquela no viajaba al exterior buscando importar aquellas novedades, sino para presentarse como humilde y orgulloso embajador de su aldea. Aportaba así algo diverso, y, por ello realmente novedoso. Establecía un diálogo entre pares, que significaba un siempre bienvenido aporte a la diversidad. Y si bien sus obras supieron abrirse caminos que posicionaron al artista boquense como ineludible referencia de nuestra identidad cultural, no siempre la crítica especializada o los relatos historiográficos se han detenido suficientemente en una producción que sigue desafiando unos cuantos supuestos establecidos.
Prácticamente desde sus inicios en el arte, Quinquela comprendió que la absoluta identificación y
compromiso de su pintura con el contexto periférico que representaba, le acarrearía no pocas dificultades a la hora de ver legitimadas sus obras por las instancias centrales de nuestro campo social y cultural.
Por ello es que supo desplegar estrategias tan creativas como eficaces, intentando que sus obras y su ideario circularan y, por qué no, prevalecieran. Desde su activa participación en el Salón de Recusados del Salón Nacional de 1914, hasta la creación del Museo de Bellas Artes de La Boca, cada una de las apuestas de Quinquela se inscribía en la atávica pugna de los arrabales por acceder a los bienes de la cultura y la educación, y también porque las voces de esas comunidades, sintetizadas en sus artistas, fueran escuchadas y respetadas.
El íntimo conocimiento del barrio y su gente, le permitió a Quinquela alumbrar un repertorio iconográfico que hizo de La Boca un auténtico universo. En sus obras, el Riachuelo y su entorno son escenarios donde se despliega la vida. Es La Boca, pero a la vez es una síntesis del mundo. Siempre apegado a una tradición figurativa, nuestro artista supo sin embargo tomar distancia de academicismos fosilizantes, o de imposiciones de la realidad objetiva. En sus obras, con mucha frecuencia se imbrican diferentes registros temporales; pueden aparecer naves o puentes de un pasado remoto, tanto como edificaciones que no existían aún (y que en todo caso figuraban el barrio futuro soñado por el artista).
Por esas magias del arte, el pintor que “no sabía si alguna vez La Boca terminaría pareciéndose a la que él pintaba”, acabó por acuñar una imagen propia tan potente del barrio, que aún hoy parece más veraz que las representaciones de otros artistas de su época que fueron más fieles a los datos de la realidad desplegada ante sus ojos. Figura multifacética y caleidoscópica, la obra total de Quinquela no se deja definir muy cómodamente. El mismo artista que había creado un Museo de Bellas Artes propio, como trinchera desde la que se impulsaba lo “tradicional, argentino y figurativo” renegando de la abstracción o de ciertas radicalizaciones vanguardistas, era el mismo que alumbró iniciativas y producciones absolutamente innovadoras, y en algunos casos muy adelantadas a su época.
La pintura de un trolebús, o la genial transformación de la actual Calle Caminito, que hoy podrían
llamarse “intervenciones urbanas”, datan de mediados de la década del 50. Y las auténticas “performances” que fueron las ceremonias de entrega de la Orden del Tornillo, fueron iniciadas en 1948… Acaso porque aún no están saldados tantos de los interrogantes que inspiraron a Quinquela, vinculados al modo en que nos damos identidad cultural, es que resultan necesarias publicaciones como la presente, que se plantea el modesto y enorme objetivo de ahondar en la figura de un hombre excepcional en nuestra historia cultural. El consagrado como gran artista, porque antes fue un gran hombre. El que pudo abrazar el mundo, porque no olvidó a su gente. El que sabía adónde iba, porque recordaba de dónde venía… Y llegó a acariciar las estrellas más altas, porque sus pies no se apartaron de su tierra.