
Aquel niño carbonero vivió de cerca la actividad de las sociedades obreras que emergieron con fuerza en plena Vuelta de Rocha. Quinquela recuerda orgulloso haber colaborado de la gesta de Palacios. Las charlas y lecturas en la biblioteca de la Sociedad de Caldereros y la amistad con Santiago Stagnaro fueron consolidando su mirada social. El Salón de Recusados, organizado junto a los Artistas del Pueblo y la Sociedad Nacional de Artistas, lo muestra desde un principio decidido a participar como un trabajador del arte, como parte de un todo más grande. Una época de ideas e ideales, con el ejercicio cotidiano de respetar y respetarse.
Conocer a Pío Collivadino le supuso un cambio de escenario. Trabajar con Talladrid, el ingreso al mundo del arte oficial. Llegarían las muestras más diversas, desde la Witcomb al Jockey Club. Sin embargo, nunca escaparía de sus orígenes, de su barrio. Llegarían los viajes y, con ello, un mundo de diplomáticos, Estado y burocracia. Eran meses donde aquel carbonero pintor departía con embajadores, funcionarios, referentes extranjeros y compatriotas administrativos. Conoció a la Infanta Isabel, a Mussolini, a Vittorio Emanuelle y a dueños de grandes fortunas. En cada viaje supo vincularse y cosechar amistades.
Rápidamente quedó claro que su fortaleza artística y su carisma provenían de un mismo lugar: La Boca.