La figura de Benito Quinquela Martín, junto a otros colegas pintores y músicos como Juan de Dios Filiberto, fueron claves en este contexto. Ya en 1907, con carácter divertido y a la vez crítico se había fundado la primera “República” de La Boca. Burlándose de las instituciones oficiales promulgaba curiosas leyes como la expulsión de “extranjeros” provenientes de barrios aledaños y el impuesto a los solteros, entre otras irónicas iniciativas.
El día 4 de noviembre de 1918, Quinquela inaugura su primera exposición individual en la galería Witcomb. Tan importante acontecimiento no pasaría inadvertido para los amigos del artista quienes le organizarían un banquete. La invitación es un fiel reflejo de aquel entorno. El manuscrito invita a una cena que celebraba el éxito de su exposición, en el mismo se despachaban a gusto contra el mundo de los “cuerdos”:
“En línea ecepcional (sic) hemos conseguido que el director del manicomio esté en continua y directa comunicación telefónica con para poder internar en el Open Door los malintencionados que se empeñan en ser cuerdos.”
Estos acontecimientos y celebraciones de la “locura” son algunos ejemplos que reflejan aquel particular ambiente.
En 1923 Quinquela refunda la República de la Boca, de carácter popular, festivo y solidario esta segunda república ostentaba irónicas designaciones, sus primeras autoridades fueron: Presidente-Dictador Jose Víctor Molina, Recontraalmirante y Marqués de la Barquearía Benito Quinquela Martín, Llavero oficial para abrir la fortaleza Quinqueliana: Antonio V. Liberti, Príncipe de las Tabernas Miguel Carlos Victorica, entre otros. Organizaron grandes fiestas, desfiles e importantes labores solidarias en el barrio.
Durante la década del ‘20 Quinquela llevará su aldea al mundo, expondrá sus obras en importantes ciudades como Rio de Janeiro, Madrid, París, Nueva York, La Habana y Roma. Esto no solo le traerá grandes éxitos sino también le permitirá vivenciar y experimentar el espíritu bohemio que se vivía en aquellas capitales.
En 1923, en Madrid y de la mano del pintor Ernesto Riccio, quien trabajaba temporariamente junto a él en el consulado, Benito comenzará a frecuentar las peñas de los cafés madrileños. “Verdaderas instituciones” así las describía en su autobiografía escrita por Andrés Muñoz. Allí conoció infinidad de artistas e intelectuales quienes lo acompañaron aquel año y le facilitaron un sinfín de conexiones, incluyendo, un encuentro con la Infanta Isabel quien visitara luego su exposición en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Ya en París, donde llegaría en noviembre de 1925, frecuentará las tertulias del café de la Rotonde, en Montparnasse. Allí se reunía una peña de artistas futuristas con quienes Quinquela entablará contacto. Se hará pasar por uno de ellos por curiosidad y para divertirse, estrechando lazos con F. T. Marinetti a quien luego acompañará en su futura visita por Buenos Aires.
Todo esto, sumado a las experiencias en sus primeros años como artista en el barrio de la Boca y Buenos Aires, fueron configurando lo que vendría luego. Aquella bohemia, honorable como la citaba él, comenzaría a “institucionalizarse”.
A su regreso de París, Quinquela encabezaría la creación de la Agrupación de Gente de Artes y Letras “La Peña”. Entre sus propósitos y finalidades se encontraban: proteger y fomentar las artes y las letras, contribuir a la vinculación de los artistas y al intercambio de sus obras así como también organizar exposiciones, conferencias y conciertos propiciando la difusión y el enaltecimiento de la cultura y el arte, entre otros objetivos.
Si bien habían existido años anteriores espacios de reunión más informales como la peluquería de Nuncio Nuciforo o el café la Cosechera, La Peña se convertiría en una de las más importantes tertulias de Buenos Aires. Las mismas tenían lugar en el subsuelo del Café Tortoni, espacio cedido por su dueño, el francés Celestino Curutchet para tal fin.
Días antes de su apertura el 24 de mayo de 1926, medios gráficos dejaran documentado la gran expectativa generada en el ambiente artístico e intelectual de Buenos Aires, incluso luego del primer encuentro se solicitaba “más humor y menos seriedad”.
Si bien habían existido años anteriores espacios de reunión más informales como la peluquería de Nuncio Nuciforo o el café la Cosechera, La Peña se convertiría en una de las más importantes tertulias de Buenos Aires. Las mismas tenían lugar en el subsuelo del Café Tortoni, espacio cedido por su dueño, el francés Celestino Curutchet para tal fin.
Días antes de su apertura el 24 de mayo de 1926, medios gráficos dejaran documentado la gran expectativa generada en el ambiente artístico e intelectual de Buenos Aires, incluso luego del primer encuentro se solicitaba “más humor y menos seriedad”.
Los banquetes seguirían siendo moneda corriente para celebrar importantes acontecimientos, Quinquela será homenajeado en diversas ocasiones, tanto al regreso de sus importantes viajes por Europa como antes de emprender algún otro.
La Peña del Tortoni funcionó hasta el año 1943 reuniendo a prominentes figuras de la cultura. Entre ellos escritores como Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Baldomero Fernández Moreno, José Ortega y Gasset, Federico García Lorca; políticos como Lisandro de la Torre y Marcelo Torcuato de Alvear y otras notorias figuras como Carlos Gardel. Obviamente estarían presentes los íntimos amigos de Quinquela, los pintores Miguel Carlos Victorica, Luis Menghi, Pedro Tenti, entre tantos otros así como el músico Juan de Dios Filiberto.
Al disolverse, sus actividades volvieron al barrio de la Boca, precisamente al taller de Benito Quinquela Martín ubicado en el tercer piso del Museo donde también tenía su vivienda. Allí dio origen, en 1948, a la “Orden del Tornillo”. Esta cofradía, presidida por un Quinquela ataviado con un remedo de uniforme de almirante, distinguía a las personas dotadas de un grado de locura capaz de fructificar en obras a favor del bien común. De nuevo, la exaltación de la locura será centro de celebración frente al mundo de los “cuerdos”.
Todos los miembros de la Orden debían ser cultores de la Verdad, el Bien y la Belleza. Artistas, filósofos, investigadores, científicos, cineastas y vecinos notables recibían, alrededor de una gran mesa con mantel de papel blanco y en una jocosa ceremonia, aquella particular distinción: un artístico diploma y un tornillo, símbolo del faltante en sus cabezas de “locos luminosos”. Todos ellos recibían la advertencia: Este tornillo no los volverá cuerdos, muy por el contrario, los preservará contra la pérdida de esa locura luminosa de la que se sienten orgullosos. A continuación, brindaban con vino y comían fideos de colores.
Entre los 309 premiados que se encuentran registrados se encontraban: los músicos y compositores Alberto Ginastera, Carlos Guastavino, Francisco Canaro, Argentino Valle; la cantante Patrocinio Díaz y Azucena Maizani; los pintores E.de Larrañaga, F. Lacámera, C. Bernaldo de Quirós, A. Gramajo Gutierrez, M. Anganuzzi, F. Ramoneda, R. Soldi, M.C. Victorica; el cineasta Luis Cesar Amadori; los poetas A.Porchia y M.Olivari; actores y actrices como Tita Merello, Luis Sandrini, e incluso figuras internacionales como el particular Charles Chaplin, distinción que recibió en su nombre su hija Geraldine.
Sin duda, aquella “bohemia honorable” es una atinada definición de aquel entorno que durante décadas enalteció la cultura y el arte, y del cual supo ser artífice el gran artista Benito Quinquela Martín.