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Comenzando la década de 1930, Benito Quinquela Martín se vio ante una difícil decisión: dos proyectos igualmente ambiciosos se abrían ante sus pasos y resultaría imposible realizarlos simultáneamente. Por un lado, estaba la firme posibilidad de continuar exponiendo en varias de las principales capitales del mundo, como lo venía haciendo regularmente desde hacía ya diez años. Como consecuencia de aquella serie de exposiciones, el artista había conocido los más altos halagos, la buenaventura económica, y su vida y figura comenzaban a adquirir dimensión de mito. Ya había exhibido en Madrid, Río de Janeiro, Nueva York, La Habana, París, Roma y Londres; su obra figuraba en importantísimas colecciones públicas y privadas alrededor del mundo, y ahora en su horizonte inmediato se presentaban como posibilidades concretas Berlín y Tokio.

Pero, por otra parte, había un sueño que lo reclamaba, y finalmente allí orientó sus esfuerzos durante el resto de su vida. No solamente renunciaría a las exposiciones en Alemania y Japón sino que no volvería a exponer en el exterior, y, en cambio, iba a comenzar a darle forma a un viejo anhelo, que –según sus palabras– consistía en “devolverle” al barrio de La Boca parte de lo que el barrio le había dado.

Desde esa crucial decisión, Quinquela comenzó a modelar en la Vuelta de Rocha un polo de desarrollo cultural, educativo y sanitario que comenzó con la creación de una Escuela-Museo y un Museo de Bellas Artes. El pintor encarnaba los mejores sueños y valores de una sociedad que reconocía sus orígenes en una acendrada tradición asociativa y en el cotidiano ejercicio de la solidaridad. Seguramente por eso, supo promover la actividad artística como factor de desarrollo social con naturalidad y profunda sabiduría.

Los habitantes de La Boca podían reconocerse a sí mismos y sus cotidianeidades en las obras de Quinquela; pero además, el artista que había sido una suerte de embajador cultural del barrio en el mundo, los invitaba a compartir los beneficios de su feliz destino económico. En el plano simbólico y también en la dimensión material, el arte incidía de modo directo en el contexto en que reconocía sus raíces.

Al estilo del trabajo en red desplegado por las instituciones culturales y de socorros mutuos, que desde el siglo XIX florecían en La Boca, los distintos establecimientos creados por Quinquela iban a trabajar en estrecha sinergia, complementando sus actividades en beneficio de la población boquense. Ya desde las primeras instituciones creadas por el artista (la Escuela-Museo y el Museo de Bellas Artes, inaugurados en 1936 y 1938 respectivamente), se advierte el carácter integral y orgánico que distingue sus iniciativas:

Dos años después de quedar inaugurada la Escuela Pedro de Mendoza, a la que hoy asisten cerca de un millar de alumnos, distribuidos en diversos turnos, se inauguró el primer museo de Bellas Artes de La Boca, que funciona en el mismo edificio, si bien independientemente de aquella. Con mi tenacidad había logrado sacar a flote, en un mismo proyecto, dos fundaciones diferentes, aunque complementarias, ya que la familiaridad con el arte también puede influir saludablemente en la educación de la infancia y de la juventud […] 1

Si bien los beneficiarios inmediatos de este ambicioso proyecto que vinculaba indisolublemente creación artística y acción educativa debían ser los niños y jóvenes boquenses, Quinquela no concibió un museo referido exclusivamente a producciones artísticas del barrio, sino que su colección debía brindar un panorama exhaustivo del arte argentino, teniendo como una de las principales finalidades la de participar en procesos educativos tendientes a forjar un fuerte sentido de pertenencia nacional.

El pensamiento que orientó la fundación del museo y que sigue guiando a sus dirigentes, es el que en éste se hallen representados todos los artistas de toda la República, sin olvidar a los precursores e iniciadores de las artes plásticas en el país […] 2

Orientado a la formación de ciudadanía y de sentido “nacional argentino”, el museo se inscribía en el devenir de un campo artístico donde los debates que abordaban procesos de construcción de identidad involucraban complejas tensiones entre las que se destacaban tradición vs. innovación, nacionalismo vs. cosmopolitismo, o abstracciones vs. figuraciones.

En este mapa, Quinquela asociará lo nacional con la representación figurativa de paisajes, tipos y costumbres. Sostendrá la necesidad de identificación entre artista y contexto de pertenencia privilegiando los regionalismos, y de las influencias provenientes del campo artístico internacional valorará las estéticas de cuño figurativo. De este modo, la colección del museo representa no solamente un panorama del arte argentino, sino además las convicciones de su creador, quien será tan enfático al sentar sus preferencias, como al explicitar los límites de lo que consideraba aceptable:

El director del Museo se obligará a mantenerlo dentro de la línea tradicional figurativa […]. Por lo tanto, no podrán ingresar al Museo obras abstractas o derivadas de éstas, ni futuristas, ni tachistas, ni de ningún otro ismo, por haber en la Capital muchas salas destinadas a éstas tendencias. 3

Al ir conformando la colección, Quinquela se guió por sus propias convicciones, juicios e intuiciones, pero también puso atenta mirada sobre piezas legitimadas en los principales certámenes oficiales. Varias de las obras adquiridas habían sido antes seleccionadas y exhibidas en distintas ediciones del Salón Nacional de Pintura,4 en cuyo marco –en 1952–, el artista boquense institucionalizó esta práctica, creando el premio “Benito Quinquela Martín”. Las obras acreedoras a este premio (que, por supuesto, debían ser figurativas) pasaban a formar parte del patrimonio del Museo de Bellas Artes de La Boca.5 Con esta iniciativa, Quinquela replicaba el modelo de otras instituciones como el Museo Nacional de Bellas Artes o el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori, que nutrieron sus patrimonios con obras premiadas en el Salón Nacional y en el Salón Municipal respectivamente.

Quinquela encarnaba las pulsiones proletarias y bohemias de su barrio, siempre proclive a celebrar la “locura” y cuestionar a las dominantes instituciones del centro, bajo la forma de enfrentamientos directos, críticas o carnavalescas ironías. Pero al mismo tiempo, el artista que se enorgullecía de haber cultivado por igual la amistad de nobles y de malandras, supo interactuar hábilmente con aquellos centros de poder, toda vez que el logro de sus objetivos así lo reclamara.

Seguramente una de las parábolas que mejor describe estas estratégicas oscilaciones sea precisamente la aludida instauración del premio que llevaba su nombre, en el marco del mismo salón oficial que él, 38 años antes, había cuestionado con virulencia.6

Entre las obras que se destacan en la colección, las de Collivadino y Lázzari acaso representen cabalmente este complejo juego de tensiones en cuyo exacto centro se ubica Quinquela y sus elecciones. Collivadino, el influyente director de la Academia Nacional de Bellas Artes (cuya ayuda fue tan importante para la carrera del pintor boquense, facilitando sus primeras exposiciones importantes), exhibe uno de sus paisajes del centro de la ciudad, donde grandes construcciones enmarcan el trajín cotidiano que construye progreso. Alfredo Lázzari, el maestro italiano (también de conocida y decisiva influencia en los inicios artísticos de Quinquela Martín), testimonia en Alrededores del Riachuelo un paisaje boquense casi virginal donde el progreso, indicado por unas humeantes chimeneas, es una presencia distante.

Entre reyes y bohemios. Entre la ciudad y el paisaje aún no contaminado. Entre “La Academia” y la más informal academia barrial. Entre las principales instituciones del centro y las calles y conventillos boquenses… A partir de esos cruces es que Quinquela construyó su destino de pintor y su sagaz mirada de coleccionista.

Planteado entonces como una institución comprometida con procesos educativos inscriptos en un sentido de pertenencia, y enarbolando para ello las consignas artísticas de lo “tradicional figurativo”, el Museo de Bellas Artes de La Boca constituyó una de las apuestas más ambiciosas de un artista que atravesó buena parte del siglo XX promoviendo una concepción del arte como factor decisivo en los cotidianos procesos de construcción de identidad.

1 A. Muñoz, Vida de Quinquela Martín, Edición del autor, Buenos Aires, 1961, p. 136.

2 A. Muñoz, ibíd, p. 137.

3 B. Quinquela Martín, Reglamento del Museo de Bellas Artes de La Boca, 1967.

4 Dato generosamente aportado por la investigadora Catalina Fara. Por citar solo algunas de las obras exhibidas en distintas ediciones del Salón Nacional, y posteriormente adquiridas por Quinquela para el Museo de Bellas Artes de La Boca, podemos mencionar las pinturas La Maja (Bermúdez), exhibida en el SN 1915; Mi ma-

dre (Victorica), en el SN 1918; La fiesta (sic) de Simoca (Gramajo Gutiérrez), en el SN 1938; Casas de América (Soldi), en el SN 1939.

5 Entre algunas de las obras que ingresaron de esta forma, podemos citar las de Martínez Solimán, Faggioli, Menghi, Bruzzone y Barletta.

6 En 1914, Quinquela había sido uno de los principales promotores del Salón de Rechazados, una de las más severas acciones emprendidas por artistas contra el Salón Nacional.

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